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La otra Camy

No hay "gesto" que valga si no es mutuo (10ª parte)

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27/11/2005

La niña de los ojos de Blas (Por Camy Domínguez)

Hace un par de meses me invitaron para dar una charla el 24 de noviembre de 2005 en el colegio del Buen Consejo de Icod acerca de la zona de las Angustias y, no habiendo encontrado demasiados datos al respecto, y teniendo como cometido cubrir una hora aproximadamente de exposición, me dediqué a divagar en una excusa argumental para entretener a mi auditorio mientras se asaban las castañas en el patio del colegio. Pido mil excusas a los que estuvieron por la decepción que debieron sufrir, pero ahí estaba el compromiso y no había marcha atrás posible.

Se lo dedico con cariño a Elena, mi ex-compañera de instituto y actual de corporación, por demostrar mayor paciencia que yo para leer lo que escribo. También al "genio de las lámparas de aceite de soja refinado" por no haber estado presente entre el público como yo hubiera querido.

"LA NIÑA DE LOS OJOS DE BLAS

¡Oye! Tanta demora empieza a parecerme bastante preocupante. Mi prometido, el mencey Belicar, hijo de Chincanayro el Grande, todavía no ha regresado y hace ya varios días que salió a pactar con unos invasores forasteros para evitar los encuentros sangrientos con nuestra gente, porque hay que ver que una batalla sangrienta es lo más inmundo y detestable que puede sucederle a un pueblo.

Los nuestros, sin lugar a dudas, son muy valientes y conocen a fondo el terreno. ¡Estaría bueno que no! Pero tengo entendido que ellos, los extranjeros, van armados hasta los dientes con pólvora y unos peligrosos artilugios que llaman espingardas y arcabuces, que son capaces de matar a la gente de un fogonazo. Pero al valeroso Belicar le bastan su valentía, sus músculos y su capacidad de negociar en cualquier situación.

Desde ayer estoy que si bajo, que si no bajo en su busca. Quedaron en que se reunirían cerca del río de Ycod, a la sombra de un enorme drago que hay en aquellos alrededores, y desde allí partirían a hablar con Bencomo, el mencey de Taoro.

A lo mejor mi amado Belicar me necesita a su lado, pero ¿en qué podría ayudar una muchacha como yo ante tamaños interlocutores? Probablemente en nada. Un hombre valiente como él no necesita de mis humildes consejos, y mucho menos de mi fuerza física, que es prácticamente insignificante.

Pero es mi deber enterarme de en qué anda metido mi futuro esposo y si ya se ha resuelto ese rollo para bien de nuestro pueblo y, por supuesto, de nuestro futuro matrimonio.

Por las buenas, tal vez a estas horas estarán celebrando el pacto bailándose un tajaraste en cualquier rincón. Y por las malas, tampoco es que esos extranjeros sean un problema. Mi amado Belicar es un hombre fuerte y luchador y los hombres que lo acompañaban, al frente de Rosmén, el mencey de Daute, Pelinor el de Adeje, y Adjoña el de Abona, que también son bastante valerosos y sabios, seguro que se bastan y se sobran para dejarles claras cuatro cosas a esos bergantes. Ya lo creo que sí. ¿Con qué derecho arriban a nuestras playas y se hacen los dueños y señores de todo? ¡Vamos, hombre! Lo que faltaba.

¡Ay, pero qué angustia no saber nada de él! No puedo aguantar más este desasosiego. Yo tengo que hacer algo, porque aquí, en estas peñas de Ar Tahone, de poco voy a poder enterarme si no me muevo ahora mismo.

¡Ya sé lo que voy a hacer! Sí, señor. Me necesiten o no, voy a plantarme ahora mismo allá abajo.

Primero tengo que dejar todo listo. Los rebaños ya han comido lo suficiente por hoy y los tengo resguardados en el corral de la otra cueva. Así que, si me pongo en camino ahora mismo, regresaré antes de que amanezca. El gran Magec que nos calienta ya pronto empezará a declinar. Iré, pues, allá abajo y que su espíritu me proteja.

Por si acaso, llevaré conmigo algunas provisiones en este zurrón. No es cuestión de hacer tan largo camino con la tripa vacía. Y llevaré también una tabona afilada. Ésta de aquí parece la más aparente. Nunca se sabe.

Bueno. Ya tengo todo lo necesario, así que… ¡En marcha!

Está haciendo un poco de brisita, como si fuera a llover. No es de extrañar. Para el mes en que estamos, ya están tardando en caer las primeras lluvias. Habrá que pedirle al gran Dios que nos envíe las aguas cuanto antes para que no se nos pierdan las pocas cosechas que tenemos. Me abrigaré un poco mejor con el tamarco y con la caminata pronto entraré en calor.

Sin embargo, la naturaleza es sabia, porque mira esos madroños coloraditos que parecen empachados de agua… Si pudiera trepar me los llevaría para comer con el gofio, pero están tan altos... Bueno. Ya los cogeré a la vuelta, porque no debo detenerme ahora. Con un poco de suerte todavía quedarán peras en las laderas del Río.

Se supone que yendo todo el tiempo en dirección al poniente encontraré pronto el camino que me lleve hasta donde está mi amado Belicar. Nunca he estado allá abajo, pero a él mismo le he oído nombrar muchas veces que hay que seguir en línea recta hacia el poniente hasta donde el camino se bifurca.

¡Es que mira que yo soy temeraria también! Tenía que haberle pedido a alguien que viniera conmigo. ¡Ay, pero es que lo echo tanto de menos, que ni en eso pensé!

El otro día, mientras cuidábamos las cabras, él me cantaba bajito una canción muy hermosa que decía así:

Yo soy un pino del monte
que espera en la madrugada
el canto del capirote
que se posa en la enramada.

Él me cuenta sus tristezas
con sus dulces melodías,
yo voy trenzando en la brisa
un arrullo de folía.

Sube a la rama más alta
y dile a los cuatro vientos
el color de la alborada
y mi hondo sentimiento.

Cántale a valles floridos,
al drago, rey milenario;
yo soy un pino del monte,
tú capirote canario.

¿A que Belicar es adorable? De verdad que sí. Para él soy la niña de sus ojos. Y hablando de dragos, ahora no sé yo por cuál de estos dos atajos se llega a ese drago grande. ¿Era por el de la derecha o por el que está junto al naciente? Creo que éste de la izquierda debe ser el que llaman el camino real. Voy a seguir por aquí y por Acorán que no me equivoque, porque, si no, se me hará de noche en el camino, y entonces sí que estaré perdida.

Y volviendo a los dragos. Me acabo de acordar de una historia que me contaron que dice que los antiguos griegos llamaban al Estrecho de Gibraltar las “Columnas de Hércules” y que, más allá de éstas, en el extremo de la Tierra, estaba el divino “Jardín de las Hespérides”, que supuestamente se encontraba en estas islas. Las Hespérides, hijas de Atlante, eran siete y cuidaban su magnífico jardín, cuyos árboles producían manzanas de oro, de las que se apetitaban tanto los dioses como los hombres. Gea, la diosa griega que simbolizaba a la Tierra, había regalado estas maravillosas manzanas a la diosa Hera por su boda con Zeus. A la entrada del jardín, custodiándolo, había un horrible dragón de siete cabezas.

Cuentan que en cierta ocasión, Euristeo ordenó a Hércules doce trabajos y uno de ellos consistía en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Hércules, tras sortear muchos peligros, se enfrentó al dragón y logró apoderarse de las manzanas, aunque las Hespérides le advirtieron de que a los dioses no les iba a agradar este robo y que las manzanas, de una forma u otra, retornarían a su lugar. Esta advertencia fue contada por Hércules a Euristeo al entregarle el botín y Euristeo, para librarse de la ira de los dioses, le regaló las manzanas a Hércules como premio por su hazaña. Hércules se las ofreció a la diosa Atenea, quien las devolvió a su sitio.

¡Manzanas de oro! ¡Qué cosas! ¡Mmmm! A manzanas no, huele como a aserrín. A juzgar por el olor de la tea, yo diría que por aquí cerca está el Aserradero, donde los pinos se transforman en tablones para muebles, construcciones o barcos.

¡Ños! ¡Mira que es peligroso bajar por este lado del Río! Antes me pasó rozando los tobillos un tablón con un señor sentado encima y ahora acaba de pasar otro. Por sus voces pidiendo que me apartara, me pareció que era portugués. ¡Estos portugueses están por todas partes! Desde que llegaron a la isla, todos los pinos del monte acaban en San Marcos convertidos en barquitas de pesca. Fíjate que ya casi no queda ninguno en las laderas de Boquín. Es que arrasan con todo y todo lo arrastran por el suelo, acostumbrados a las corsas esas que usan allá en Madeira. ¡Qué peligro tienen! Yo no sé para qué querrán los remos si no los usan para frenar.

¡Adiós! Y ése que viene subiendo escarranchado en el mulo ¿no es el que escribió la historia de Robinson Crusoe? Miraré hacia el suelo para no saludarlo. Es que las mujeres de mi tribu no debemos tratar con los extranjeros así como así. Y mucho menos si estamos prometidas. A mi amado Belicar no le gusta que sea una mujer casquivana que habla con cualquier desconocido. Seguro que éste va a cas el señor Ravelo a comprar el famoso vino de malvasía. Lo acabo de mirar al rabo del ojo y, para mi gusto que, a pesar de su fama de gran literato, el hombre tiene cara de ser bastante… “vinagre”. ¡Y qué feo que se ve un viejo con esos tirabuzones blancos tan horrorosos!

No me extraña que vengan de tan lejos con la fama que están teniendo los malvasías que se cosechan en esta zona. Dicen que son de los mejores del mundo y que en las cortes europeas se los rifan. ¡Cualquier día acabarán llamando a este lugar Ycod de los Vinos!

Y hablando de beber. Ahí en el Bebedero me voy a parar un rato a tomar un buche de agua fresca, porque tengo la garganta más seca que un panasco. Así puedo comer un fisquito de gofio y unos higos, para matar un ajilorio, porque debe hacer ya un buen par de horas que estoy andando.

¡Ah! ¡Qué relajante suena el chorro del manantial y qué fresquita está el agua! ¡Jo! Y este gofio me ha quedado riquísimo. Si hubiera alguna manzana ahí encima en esas laderas, de buena gana me la robaba aunque estuviera custodiada por un dragón.

Y hablando de laderas… Hace un par de días, mientras cuidaba las cabras en una ladera de la montaña grande del oriente, le oí decir a uno de los nuestros que el mencey Bentor se había suicidado lanzándose al vacío desde los riscos de Tigaiga. Parece que estaba bastante amargado porque no quería ser esclavo de los forasteros. ¿Y quién le habrá dicho a éste que va a ser esclavo de los forasteros? Creo que está un poco mal de la azotea. ¡Menudo gallina! ¡Bonita forma de enfrentar los problemas! Para eso, mi Belicar, tan valiente que no dudó un segundo en ir a hablar con esos extranjeros. Y si hace falta, acaba con ellos a pedradas.

Aunque, pensándolo bien, yo no he visto nunca a los extranjeros. Dicen que son tan malvados que a los hombres los llevan a su tierra para hacerlos esclavos y, en el mejor de los casos, para cuidar rebaños, y a las mujeres las violan y pocas de ellas sobreviven. Creo que si a mí me quitasen por la fuerza la libertad o la honra, también me volvería loca. Cualquier cosa antes de ser esclava de esos indeseables.

Bueno, creo ya he descansado bastante. Ahora debo continuar el camino, porque faltan pocas horas para que anochezca y he de encontrar a mi amado Belicar.

Ah, mira, aquella de lo alto de la Furnia debe ser la casa del Corregidor don Jerónimo Boquín. Da la impresión de que la están arreglando porque las ventanas lucen nuevitas. Desde allá arriba la vista de Ycod debe ser espectacular. ¡Cómo me gustaría echar un vistazo al paisaje desde una de esas ventanas!

¡Ah! Por lo que veo, van a hacer una plaza aquí, porque tienen una fuente preparada para instalarla.

Sssss. ¡Escuche! ¡Escuche! Es el traqueteo del viejo telar de doña Rosa del Sacramento, la madre superiora del convento de las Bernardas, que estará tejiendo sus tafetanes archiconocidos en el mundo. Dicen que la madre superiora, a pesar de sus años, teje sus ricas telas hasta la madrugada con la única compañía de una vela. Yo creo que una ancianita como ella debería retirarse a descansar más temprano, no sea que un día la vigilia y la vela le jueguen una mala pasada y vayamos a tener que lamentar una desgracia.

¡Ay! ¡Pero con cuánto gusto cambiaría yo estas pieles de cabra por el tacto suave de la seda! Dicen que cuanto mejor alimentados están los gusanos, más suave es el producto, y por aquí para abajo veo muy frondosos morales, así que el tacto de un vestido de tafetán o de unas medias debe ser maravilloso. ¡Pero qué ilusa soy! Una pobre muchacha como yo, por más que sea la prometida del gran mencey Belicar, me temo que nunca podré aspirar a semejante lujo, reservado únicamente a las damas de la corte de Felipe V, ese que tiene un apellido así como Bombón o Borbón o como se diga, que es nieto de Luis XIV, el rey de Francia, y que lleva una peluca como la de su abuelo, pero blanca. ¡Ahora los hombres, con peluca! ¡Vaya modas! Si es que cualquier día la confusión será tanta que acabarán casándose entre ellos.

¡Ah, mira! En esa ermita, detrás de la casa consistorial, debe ser donde pusieron a San Marcos, la imagen chiquitita que hace muchos años encontraron unos hombres de Chincanayro a la orilla del mar cuando enterraban en una cueva del acantilado a una mujer que murió durante el parto. ¡Pobrecita! Tanto esfuerzo para nada. Luego fue mi amado Belicar quien, después de mucho tiempo de venerarla nuestra gente, le mostró la cueva a un cura llamado Ruy Blas y le entregó la imagen que guardaba el alma de nuestros muertos, para que la custodiara él. El cura dijo que la imagen se llamaba San Marcos y que era un evangelista. No sé lo que será eso pero… ¡Desde luego! ¡Qué nombre más raro! Y también llamó con ese mismo nombre la cueva y la playa. Pero no sé si al final se entendieron porque el cura hablaba portugués y mi Belicar apenas sabía un poco de español en ese entonces. Total que el cura se trajo la estatuilla de San Marcos hasta aquí arriba y los extranjeros le hicieron esta ermita para adorarlo como hacían los de mi pueblo.

¡Por fin! Míralo ahí. ¡Ése es el drago grande! La fecha en que estamos y parece mentira que conserve todavía la flor. Dicen que un drago florecido es símbolo de buenas cosechas. ¡Qué bien! Y yo que ya empezaba a preocuparme por la lluvia… ¿Verdad que es enorme? La base del tronco debe medir por lo menos veinte metros y casi otros tantos de altura. Y ese tronco retorcido con un aspecto tan monstruoso…

Cuentan que una vez arribó a la Playa de San Marcos un mercader en busca de la famosa “sangre de drago”, que se usaba en Europa para fabricar productos farmacéuticos, pinturas y lacres, y, que al llegar a la orilla, vio a unas jóvenes guanches que se bañaban desnudas y, loco de deseo, comenzó a perseguirlas, consiguiendo atrapar a una de ellas. La muchacha, para embelesarlo, le ofreció frutos de la tierra y el forastero, pensó que aquellos frutos eran las manzanas del Jardín de las Hespérides y, mientras comía y dejaba volar su imaginación, la muchacha se le escapó, refugiándose en el bosque junto al barranco. Él la persiguió un buen trecho, pero se tropezó con un drago que movía sus ramas amenazantes como espadas y tenía el tronco retorcido como una serpiente. En el interior del tronco se ocultaba la muchacha. El hombre, asustado, le lanzó una flecha al tronco, de donde brotó sangre de drago. Entonces huyó despavorido, convencido de que había dado con una de las Hespérides y de que el mítico dragón la había defendido.

¡Pues no me extraña que se haya confundido con la forma tan terrorífica que tiene! Dicen que el naturalista francés Bouquer de Grye le preguntó a un jardinero por qué los dragos tenían esa extraordinaria forma en sus ramas y aquél le contestó que si a un drago de veinte años le tronchásemos la cabeza, daría en seguida diez cabezas, y si a los diez años le volviésemos a repetir la operación, en cada una de las nuevas cabezas se volverían a reproducir otras diez.

¡Mi madre! ¿Qué alaridos serán ésos? Ah, claro, es que allí, detrás del drago, está la Casa de la Inquisición, que es la del balcón de tribuna saliente y ventanas de corredera. Parece que hace unos años, en 1687, y con la mejora económica debida al comercio de vinos, Ycod consiguió la independencia inquisitorial, y desde entonces tiene su propia Comisaría de Inquisición con un comisario y tres notarios que dependen del Tribunal de Las Palmas. El comisario se llama don Manuel Pérez Rijo, que hace poco fundó una ermita en Santa Bárbara. Esto de la inquisición a mí me da muy mala espina, porque parece que, cuando una persona es denunciada y se abre el proceso, el fiscal dicta la orden de arresto y, si la causa es grave, se le intervienen los bienes del acusado. Luego lo encarcelan y lo aíslan, sin comunicarle siquiera las causas de su detención. El reo tiene que confesar sus errores y pecados, y, si resultan contradictorios, lo torturan. ¡Qué fuerte!, ¿no?

¡Adiós! Mira, mira. Por ahí salen con una mujer vistiendo el sambenito, que es como un escapulario grande que llevan los penitentes reconciliados al cuello. El sambenito es la pena mínima que puede recibir un reo, porque lo siguiente serían los azotes, la cárcel y en los casos más graves los condenan a las galeras o a la muerte, sobre todo cuando se trata de herejes no arrepentidos o de reincidentes en faltas graves. Si se arrepienten previamente, los estrangulan y luego queman sus cuerpos, pero si no se arrepienten, los meten vivos en la hoguera. ¡Jo! ¡Menuda burrada! Menos mal que a los reyes Borbones no les gusta eso de la inquisición y dicen que la van a abolir.

Parece que a mi amado Belicar se lo tragó la tierra, porque no está por estos alrededores tampoco. Pues seguiré para abajo a ver. ¡Huy! ¡Qué bonitas mariposas y qué alas tan grandes y coloridas tienen! ¿De dónde habrán salido estos bellos ejemplares? En mi vida los había visto. Seguro que no son de por aquí.

Ahí pone “Calle de los Molinos”. ¿Qué será ese ruido que estoy oyendo a lo lejos? Parece como si fuera un tambor. ¡Eso es! Y está sonando un tajaraste que cada vez se acerca más. ¡Eso va a ser lo mismito que yo dije!: Belicar y sus hombres han llegado a un acuerdo con los extranjeros y ahora lo están celebrando al son del tajaraste. ¡Qué bueno! Por fin libres de ese rollo podremos pronto unir nuestras vidas y ser felices para siempre.

Pero no. Yo lo que oigo es más bien un griterío como de niños asustados. Y parece que vienen hacia aquí. Sí, hacia aquí se dirigen. Están ahora por donde don Alonso Fernández de Lugo, el Adelantado, tenía sus posesiones, por eso la calle lleva su nombre. Ahí mismo fue donde se engendró la villa de Ycod.

¡Cruz, perro maldito! ¿Y qué es aquello que viene para acá corriendo detrás de los niños? Parecen monstruos que se acercan al son del tajaraste. Me está dando un miedo… Con razón huyen las pobres criaturas, porque lo cierto es que son bastante feos. ¡Santo Cristo del Calvario! Si es la imagen de la Guayota con el rostro regañado y unos enormes cuernos. Y viene corriendo hacia aquí con el rabo ardiendo. Me pregunto cómo se habrá escapado de las entrañas del Teide. Que Acorán me ampare porque yo voy a esconderme en esa casa en ruinas.

Espérate que saque mi tabona afilada por si acaso. ¡Ay! ¿Y eso que está ahí? ¿qué es? Parece como uno de esos monstruos. Ah, no. Es sólo una cabeza enorme y unas ripias de madera cubiertas con un vestido de color púrpura que alguien ha debido dejar abandonado. El vestido es bastante bonito. Voy a probármelo, y como me sirva, me lo llevo puesto.

Pues vaya que sí. Ni hecho a la medida. ¡Que bien! Parece que esos diablillos saltarines han pasado de largo y se han ido con la música a otra parte. Eso debe ser lo que llaman las libreas, lo último que queda de las procesiones medievales del Corpus Christi. En principio se trataba de una representación de la lucha del demonio y los pecados contra el Arcángel San Miguel, que siempre les vencía en la contienda y acababan huyendo de la Eucaristía.

Por lo visto, en aquel entonces era una forma simbólica que servía para avivar la fe del pueblo de la forma más didáctica y amena posible. Debió ser introducida en Ycod por los hombres que llegaron con el Adelantado y se establecieron en estas tierras. Al principio se hacía la representación dentro de las iglesias, y luego pasó a las calles que debían estar barridas, regadas y enramadas con flores.

Pero era de esperar que esto se les fuera de las manos, porque la cosa empezó a considerarse cada vez de peor gusto, por irreverente y poco religiosa. Llegó a un punto en que perdió todo el simbolismo que tenía inicialmente. Dicen que hace poco el rey Carlos III y sus ministros han prohibido que estas manifestaciones tengan lugar en las procesiones del Corpus y por eso se han ido desviando a otras celebraciones y haciéndose un lugar en las fiestas de los barrios gracias a la tolerancia del clero.

¡Adiós! ¿Quién será aquél que baja por la calle Hércules? Me suena la pinta. Por la casaca roja, las medias verdes y esa cara toda empolvada de blanco engalanada con la peluca de tirabuzones, yo diría que no es otro que don Cristóbal del Hoyo, el Vizconde de Buen Paso. Habrá venido a arreglar algo en la hacienda de la Acequia, en el solar de los Alzola, donde estuvo la plantación de caña de azúcar. ¡Fuerte rebelde que está hecho! Mira que ser el primero en Tenerife que se puso una peluca como los franceses. ¡Me imagino la revolución que se armaría! Y hay que ver qué pinta lleva. Pero como escritor es insuperable. No hace mucho, cuando volvió a Canarias, después de tantos líos y andanzas por la corte, escribió un soneto muy bonito que dice así:

¡Oh, cuán distinto, hermoso Teide helado,
te veo y vi, me ves ahora y viste!
Cubierto en risa estás cuando yo triste,
y cuando estaba alegre, tú abrasado.

Tú mudas galas en el tiempo airado,
mi pecho a las mudanzas se resiste;
yo me voy, tú te quedas, y consiste
tu estrella en esto y la crueldad de mi hado.

¡Dichoso tú, pues mudas por instantes
los afectos! ¡Oh quién hacer pudiera
que fuéramos en esto semejantes!

Para ti llegará la primavera,
y a ser otoño volverás como antes;
mas yo no seré ya lo que antes era.

¡Ay! Parece que el Vizconde se me acerca. Voy a preguntarle si ha visto por aquí a mi amado Belicar.

¡Desde luego! ¡Qué hombre tan elegante y solícito es el Vizconde! Lo he saludado y, con un tono adulador, va y me suelta que mi silueta es tan “esbelta y grácil como su palmera de la Acequia”. Pues no sé si tomármelo como un cumplido o es que se está burlando de mí, porque ¿cómo puede decirme semejante cosa viéndome con este vestido que acabo de encontrar? Espero que mi bienamado Belicar no se entere nunca de esto porque sería capaz de emprenderla a pedradas con el Vizconde.

Pero me ha pedido que lo acompañe hasta el final de la calle, para mostrarme la ermita de Nuestra Señora del Tránsito. Sólo podremos verla por fuera, porque es propiedad privada de una pariente suya que ahora no está en casa. Esta ermita la construyó el marido de ella, don Domingo de Torres, que fue Alcalde Real Ordinario de Ycod, tras obtener la licencia en 1766 y, por lo que me cuenta el Vizconde, es semejante a otra que está más allá, la de Las Angustias y las dos están llenas de tesoros traídos del otro lado del océano.

Mientras echo un vistazo a la hermosa fachada de la ermita con sus rectos canalones de desagüe, el pequeño campanario y la hacienda contigua de los Ossuna, le pregunto al Vizconde si no habrá visto por casualidad a Belicar y sus hombres.

Me explica que lleva un poco prisa, pero antes de alejarse calle abajo en dirección a su hacienda, con una sonrisa enigmática y burlona, me dice que vaya y pregunte al final de la Calle los Molinos, que allí encontraré la hacienda del Molino Nuevo, que pertenece al hermano de don Domingo de Torres, el Capitán don Marcos de Torres y Borges, que es el alcaide del castillo de San Antonio de la Marina del Puerto de Santa Cruz y regidor perpetuo de Tenerife. Aunque don Marcos está viviendo en Santa Cruz, pasa mucho de su tiempo libre por estas tierras de Ycod.

Este don Marcos, como todos los indianos, tiene gran interés por mostrarse ante la gente como rico, generoso y privilegiado, y por eso no escatima en invertir en casas y donaciones al pueblo y a la iglesia. ¡Hombre! Si no fuera por sus riquezas sería imposible hacer tales alardes, porque, según me dijo el Vizconde, no hace mucho que don Marcos regresó de México, que es uno de los puertos de Indias con los que Canarias puede comerciar. Se embarcó allá por el año 1734 y desde aquellas tierras ha estado mandando objetos de gran valor. Sin ir más lejos, en la hacienda del Molino Nuevo fabricó la ermita a Nuestra Señora de las Angustias. Parece que su segunda esposa, doña Clara Magdalena de Chirino, hija de los marqueses de Fuente y Palmas, es una mujer piadosa donde las haya y estaba apenada porque los pobres de por aquí sentían vergüenza de asistir a misa, ya que sus vestidos raídos no estaban acorde con los de la gente que acude normalmente a la iglesia de San Marcos… Y claro que los pobres no son de llevar peluca, ni camisas de encaje de esas que se ponen las gentes de estamentos sociales superiores.

En la hacienda de don Marcos de Torres había sucedido un horroroso incendio. La casa solariega fue pasto de las llamas y allí murió su primera esposa, doña Magdalena Méndez Fernández de Lugo. Pues como decía, la segunda esposa de don Marcos de Torres le pidió a su marido que en el solar donde había estado la casa construyera la ermita y, en septiembre de 1747, le pidió la licencia para construirla al obispo don Juan Francisco Guillén. Se ve que don Marcos ya lo tenía todo pensado, porque allí colocó la imagen de la Virgen María Santísima de Angustias y Dolores que se trajo consigo de la corte de Nueva España, una hermosa talla de madera policromada, cubierta con tejidos naturales que él mismo había mandado a esculpir en 1741 a un imaginero amigo suyo, cuyo nombre se desconoce.

Dice que la ermita, que es de arte mudéjar, aunque yo no entiendo mucho de esos menesteres, sólo tiene una nave en forma rectangular con el tejado a dos aguas y una campana de buen metal traída también de México.

Por lo que me dijo el Vizconde, el 22 de septiembre de 1748, que fue el día en que colocaron la imagen de la Virgen de las Angustias en la ermita, por la mañana la subieron en procesión desde la hacienda del indiano hasta la iglesia de San Marcos. Allí don Francisco José de Vergara, rector de la parroquia, dijo el sermón, que estaba escrito en ese lenguaje barroco grandilocuente que está de moda y que tanto le gusta al Vizconde, porque dice que le habían llamado especialmente la atención los versos iniciales, dedicados a don Marcos de Torres, que decían así:

Desde lejos, o Torres, transportaste
La imagen de María Dolorosa,
Y en aras bien decentes colocaste

El día que para esto señalaste
Fue plausible a pompa majestuosa
Siendo por cierto la función gloriosa

No se ha visto en el pueblo día otro
Por tan lleno, gozoso y asistido
Si lo atento se impacienta por devoto

Siendo el imán objeto y atractivo
Arco de agrados, que flecha a lo remoto
Porque es trasumpto de Angustias vivo.

Aunque no entiendo de literatura, estoy de acuerdo con él, porque es un bonito poema. También me dijo que al final del sermón, en boca de la propia Virgen, el orador había puesto unas palabras de agradecimiento al benefactor, diciendo “que yo sabré pagar y premiar a quien debo y deberé mis aplausos, alcanzando de mi Hijo para él y para todos en esta vida dichas que sean de gracia y en la otra felicidades de Gloria”. Con esto, está claro que don Marcos de Torres ya tiene ganada la mitad del Cielo.

Parece que el sermón lo han mandado para Cádiz para imprimirlo y que don Marcos de Torres se lo ha dedicado al comerciante de Indias amigo suyo, don Matías Bernardo Rodríguez Carta, que es el Tesorero General de la Hacienda Pública de Canarias. Algo andaría buscando don Marcos, porque no me cuadra a mí que la dedicatoria sólo sea en honor de la estrecha amistad que los une.

Por lo que me contó, en 1751 don Marcos obtuvo una bula en Roma, por la que se le concedía a los capellanes de la ermita la posibilidad de imponer los escapularios de la Virgen y que establecía también la Cofradía de las Angustias, con indulgencias especiales para los cofrades, y para todos los fieles que recibieran el santo escapulario.

Voy a acortar camino por aquí, por la calle Pez. La pez es una sustancia que se obtiene de la resina y que sirve para impermeabilizar edificios y sobre todo en la construcción de los barcos. También se exporta y, para que salga más rentable, se necesita quemar el pino completo y por eso ya por aquí no queda ni un pino.

¡Por fin estoy llegando! Menos mal, porque ya casi es de noche. Estoy desesperada por saber de mi amado Belicar. Aquí está la plazoleta. ¿Qué estarán celebrando con tanta gente dentro y fuera de la ermita?

Por lo que veo, es cierto que de la hacienda de don Marcos de Torres no queda nada. Solamente la ermita y una huerta de frondosas plataneras que crecen en el lugar donde antes estuvo la casa. Dicen que por un lado lindaba con el camino que va al Río y con el ingenio de azúcar que el Adelantado fundó en 1505, y por otro, con los viñedos de don Fernando de Guanarteme y con el Molino de la Escalera. Ahí veo que están algunos restos del molino, que ya ha perdido gran parte de su estructura. Cómo se nota que no lo han cuidado, porque está destrozadito... Más allá hay algunos morales que recuerdan que hace mucho tiempo las sabias manos femeninas elaboraban hermosos y codiciados tejidos siendo una industria muy conocida en todo el mundo.

Lo único que queda de aquella gloriosa época es la ermita que, después de tantos años, por lo menos se conserva aún en buen estado. En su frente hay un escudo mariano hecho de piedra que se colocó en 1775. A ver si consigo entrar entre la gente.

Sobre el retablo acristalado con hornacina, hecho en 1759 por un vecino del Realejo de Abajo llamado Laureano Verde, está colocada la imagen de la Virgen, de unos ochenta centímetros de altura, que nos mira con sus manos juntas y la cara con expresión de gran amargura y humildad. Lleva, cubriendo su pelo trenzado, una toca blanca muy trabajada y un manto negro por encima. Un puñal de plata dorada hecho en Guatemala atraviesa, con contundencia y osadía, el lado izquierdo del divino pecho, mientras unas lágrimas caen por su delicado rostro.

En el retablo principal, al lado derecho de la Virgen de las Angustias, se encuentra el primero y verdadero retrato de la Virgen de Candelaria, de 1493. En este óleo, sobre el fondo oscuro de la cueva, destaca la figura central de la Virgen, grande, morena, con el cabello suelto rodeado de una aureola y con un manto azul cubriendo sus vestiduras amarillas, ribeteadas con escrituras simbólicas. En la mano derecha porta al Niño desnudo, que sujeta entre sus pequeñas manos una paloma, y con la mano izquierda la Virgen sujeta una vela encendida. Alrededor de la imagen hay tres guanches, dos de ellos semidesnudos, cubiertos con el tamarco. Sus caras parecen sonrientes, a pesar de su sufrimiento, ya que uno de ellos sujeta una piedra con la mano en alto, el otro muestra su izquierda sangrante mientras en la derecha lleva una tabona afilada, y el tercero permanece arrodillado con las manos juntas en actitud de oración. Parece que este último es un mencey, a juzgar por la diadema que lleva en la cabeza y porque su cuerpo, a diferencia de los otros, está completamente vestido.

A la derecha de la Virgen de las Angustias está el cuadro de la Divina Pastora, rodeado de sus ovejitas. Allá al fondo hay un retrato del Siervo de Dios Fray Juan de Jesús, un franciscano de San Diego del Monte de La Laguna. En el cuadro, de 1777, puede verse al religioso moreno, tuerto y con unas vestiduras de color pardo. La biografía de este franciscano fue escrita en exquisita prosa barroca por Fray Andrés de Abreu en 1701.

Sobre la puerta hay un lienzo con moldura de charol encarnado y oro traído de México, que es la reproducción de Nuestra Señora de Guadalupe. El culto a esta Virgen ha tenido profundo arraigo en la Península, Canarias y América. Dicen que se originó en la Sierra de Guadalupe, en Extremadura, durante el siglo XIV, cuando la Virgen se le apareció a un pastor y le pidió que le hiciera un templo en aquel lugar. Éste se lo contó a los clérigos y no le creyeron. Más tarde, tras una nueva petición de la Virgen, los clérigos acompañaron al muchacho y allí, oculta entre unas piedras, hallaron la imagen de la Virgen a la que llamaron Nuestra Señora de Guadalupe, como la Sierra.

¡Mi madre! ¿Qué es eso? Allá arriba colgado del techo hay un gigantesco caimán disecado, con unas minúsculas manos de goma que sustituyen a las originales, seguramente quitadas de alguna muñeca, lo que le resta al monstruo parte de su fiereza y le da un aspecto un tanto ridículo. ¡Pobre bicho! Deberían de bajarlo de ahí y meterlo en una urna o algo, porque, ¡anda que como se le suelte el nudo de la cuerda o se parta la viga donde está colgado y le caiga encima a la gente mientras están en una misa…! Sí, señor. Más bajito y dentro de una urna acristalada, por lo menos para poder verlo de cerca y que no dé tanto miedo.

Le he preguntado a una mujer por qué está ahí ese lagarto y, susurrando para no molestar a los que rezan, me cuenta que este bicho lo envió un señor de Ycod que vivía en México, que una vez, estando por aquellas lejanas tierras cruzando un río, se le acercó el terrible animal con intenciones de atacarlo. Por lo visto, el hombre, asustado, invocó a la Virgen de las Angustias y consiguió salvarse y luego atravesó el cuerpo del animal con su espada. Después lo disecó, lo rellenó y lo envió a Ycod para colocarlo aquí en la ermita. Me dice que el monstruo se merecía este final, porque había atacado a mucha gente ya.

Esta historia del lagarto me resultó nueva, porque yo conocía la otra, que es diferente y todavía más fantástica, porque decía que al principio había sido un lagarto tizón común y corriente, criado por un pastor a fuerza de leche y queso. De comer tanto, el animal se engordó y creció de tal manera que cada vez exigía mayor cantidad de comida, con lo que al pastor se le hacía difícil alimentarlo. Un día el pastor no pudo darle la cantidad de comida que el lagarto demandaba y el muy desagradecido atacó al pobre hombre, que, para librarse de él, le pidió ayuda a la Virgen de las Angustias y consiguió matarlo, y por esa razón se lo ofreció a Ella en agradecimiento.

¿Qué es eso que está en el suelo? ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Una tumba? Es una lápida de mármol de Génova con letras de bronce y un escudo de armas, que debe ser el de la familia Torres. Lo sé por las cinco torres y el yelmo de perfil mirando a diestra en su timbre. Un señor vestido de negro me explica que don Marcos de Torres en 1756 mandó construir un sepulcro para él y su segunda esposa y aquí reposan sus restos desde su muerte ocurrida el 17 de octubre de 1780.

Entonces, si don Marcos de Torres está muerto, ¿para qué me ha mandado a venir aquí el Vizconde? No debí fiarme de su sonrisa burlona.

Hace ya rato que ha anochecido, y como es lunes santo, la gente se prepara para sacar la procesión de Nuestra Señora de las Angustias hasta la iglesia de San Agustín. Después de la misa, será transportada en otra procesión hasta la ermita de San Marcos. La acompañará toda esta multitud de cofrades con sus ropajes negros, medallas en el pecho pendientes de cordones morados y portando luminarias encendidas. Algunos niños visten también túnicas moradas como la que yo llevo.

De pronto, un señor calvo vestido de negro, destacado entre la multitud, me sonríe con su espléndida dentadura blanca. Me hace una ligera reverencia y me ofrece su mano. Yo le alargo lentamente la mía en señal de saludo. Me dice que se llama don Julio y que es el alcalde. ¡Vaya! ¡Qué vergüenza! ¡Y yo con esta pinta! Creo que ha debido confundirme con alguien de la cofradía porque este vestido se parece bastante a los de ellos. Don Julio me invita a ponerme a su lado en la formación procesional. Poco a poco, un río de puntos luminosos va subiendo lentamente delante de la imagen de la Virgen por la Calle de las Angustias, antes llamada de Los Molinos. Mientras tanto, la banda de música, bajo la dirección del maestro Tricás, entona una angustiosa melodía que se me clava en el pecho como la fulgurante daga de la Virgen y continúo andando descalza, en silencio sobre los adoquines hacia la calle Nicolás Estévez Borges, que lleva el nombre del ilustre arzobispo de La Habana, nacido en Ycod hacia 1617 y que comenzó como misionero en Cuba y más tarde nos mandó como regalo una gran joya de la de orfebrería mexicana, la cruz de plata que fue labrada por encargo en Puebla de los Ángeles por el orfebre Jerónimo Espellosa hacia 1665.

¡Qué raro! Pero ahí donde está esa iglesia junto a la enorme plaza, ¿no era donde estaba antes la ermita de San Marcos? ¿Y dónde están las casas consistoriales y las otras que esta misma tarde estaban ahí? ¿Y el convento de las Bernardas?

De pronto y rompiendo el silencio de la procesión, le pregunto a don Julio si él ha visto a Belicar y si sabe dónde puede estar y muy serio me dice que sí, que me llevará junto a él.

Me cuenta que Belicar y sus hombres, al negarse a negociar con Bencomo para hacer una alianza entre todos los menceyes de Tenerife y enfrentarse a los invasores, perdió su reino y su reputación de valeroso. Que tanto él como los menceyes de Daute, Adeje y Abona fueron tan imprudentes como para pretender defender sus reinos, su independencia y su libertad en solitario, al margen de la confederación de Bencomo, porque Bencomo no era de su mismo linaje y no quisieron aceptar que se les impusiera como jefe del ejército guanche.

Continúa diciéndome que, de haber contado con la ayuda de Belicar y los otros, los guanches hubieran logrado la victoria, acabando con los forasteros de una vez por todas, pero, sin ellos, Bencomo sucumbió en una batalla en La Laguna, dejando al frente del menceyato de Taoro a su hijo Bentor, el que se desriscó en Tigaiga.

¡Ah, claro! Ahora entiendo su desesperación. ¡Pobrecito Bentor! ¿Y entonces cuál ha sido el paradero de mi amado Belicar?

Don Julio me contesta que el 25 de julio de 1496, en vista de que la lucha estaba siendo desigual, un grupo de menceyes, entre los que se encontraba Belicar, se asomó a la cumbre del Valle de Taoro e hizo señales a los españoles de sus intenciones de parlamentar y en la Iglesia de Santiago Apóstol del Realejo Alto presentaron su rendición al Adelantado, que les prometió ante los evangelios que ninguno de ellos sería esclavo. Dos meses más tarde acabó la conquista, cuando las tropas invasoras tomaron posesión de las tierras de toda la isla y la mayoría de los menceyes fueron deportados. En esas fechas el cura Ruy Blas ofició la primera misa bajo el pino de Buen Paso. Varios de los conquistadores se quedaron en Ycod, entre ellos Pablo Martín, venido de Gran Canaria, a quien el Adelantado entregó las cuevas y sembrados de Belicar en Ar Tahone. Éste Pablo Martín hizo que el mencey se bautizara, adoptando su apellido, como Blas Martín.

Al no tener un sitio donde vivir a sus anchas, el mencey Belicar marchó a Los Realejos y allí se casó con Ana, la hija del hidalgo guanche Pedro Vizcaíno.

Dos lágrimas de angustia resbalan lentamente por mis mejillas. No puedo creer lo que oigo pero tampoco puedo rebelarme ante lo que es evidente.

Me cuenta que lo último que supieron de él fue que en el año 1500 lo estaban reclamando desde la corte para liberarlo porque fue llevado a la península y vendido injustamente como esclavo, a pesar del juramento del Adelantado.

¿Entonces eso quiere decir que Belicar y sus hombres no fueron lo suficientemente valientes; que no supieron defender la libertad de mi pueblo guanche? ¿O sea, que tengo que aceptar su cobardía y la incapacidad de unirse para defender mi tierra por temor a que Bencomo, que al fin y al cabo era uno de los nuestros, se hiciera con todo? ¡No lo puedo creer!

La larga fila de débiles luminarias entra en una iglesia, tras ascender por unas amplias escalinatas. Don Julio ha sacado una gran llave de su bolsillo y se dispone apresuradamente a abrir las puertas del ayuntamiento. Sigo sus pasos que suben en silencio los tres tramos de escalera que conducen al piso alto. En el último escalón su alargada figura se detiene bruscamente y se gira señalándome el gran tapiz que cuelga glorioso ocupando toda la pared del fondo.

En él pueden reconocerse los cuatro menceyes, Pelinor Rosmén, Adjoña y Belicar, flanqueando el escudo de la ciudad de Ycod, donde se distinguen, en el lado izquierdo el Teide, y, en el derecho, el drago, orlados por ocho racimos dorados y encima una corona española que resulta, por su descomunal tamaño, aplastante respecto a todo el conjunto.

Lo miro durante un largo rato, mientras don Julio permanece callado con sus ojos claros atentos al más imperceptible de mis movimientos. Todos los recuerdos se me agolpan llegados desde los rincones más lejanos de mi memoria. No tengo ninguna pregunta que hacer, porque ha quedado muy claro el mensaje. Nunca mejor dicho lo de “una imagen vale más que mil palabras”…

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Corre el año del señor de 1955. Don Julio toma entre sus manos un librito de una de las estanterías del pasillo y, con aire de solemnidad, me dice:

-Querida niña, entiendo la decepción que sientes en este momento, pero como nos dijo el año pasado, durante las fiestas del Cristo, el amigo Heraclio Díaz Mesa, que es cronista oficial de esta ciudad:

“Han pasado los siglos, y en la Isla sólo queda un Mencey, el Teide, nacido de volcanes, con ardientes y profundas raíces que enlazan continentes, palpitando, en su interior, el fuego que por las grietas aflora en fumarolas, para más tarde, en los fríos inviernos, revestirse de nieves, que el sol luego deshiela, convirtiéndolas en aguas que brotan en las fuentes, alegres, cristalinas, y riegan nuestras tierras… El Mencey de la Isla, soberbio y voluptuoso y con mucho de mimos –achaques de la edad-, recibe las caricias de la brisa, los halagos del mar, en sus besos de espuma, nítidos rizos blancos, al romperse las olas en sus acantilados rocajes, que susurran lamentos ante el constante recuerdo de antiguos cataclismos, de que fueron testigos”."

27/11/2005 18:59. #. Tema: historia y costumbres No hay comentarios. Comentar.

 

 

 

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