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La otra Camy

Candelaria y un telón negro

Candelaria y un telón negro

Estoy convencida de que la mejor manera de no olvidar las cosas es escribiéndolas. Últimamente me he dado cuenta de que muchas cosas se me olvidan con facilidad, si no fuera porque apunto todo y voy dejando un rastro de anotaciones por todos lados.

 

Hoy vi a Candelaria. Intentaba aparcar cuando mi coche se aproximó al suyo y frené para que pudiera maniobrar tranquilamente en medio de la calle e introducir su coche en el garaje. La observé cuando se bajó para abrir la puerta del edificio. Está muy delgada, con muy buen tipo, elegante. Su pelo de un rubio muñeca, muy artificial, la piel hiperblanca de la papada le formaba una arruga sostenida sobre el cuello alto de su suéter. Bajé el volumen de la música y les conté a mis niñas una anécdota que recuerdo con mucho cariño, mientras Candelaria se tomaba su tiempo, ajena por completo a mi pensamiento:

 

Cuando yo estaba en 6º de EGB en el Nicolás, Candelaria se sentaba conmigo en la clase de Inglés. Era mi primer año de esa materia y desde el primer momento me dediqué a cosechar sobresalientes. El maestro, don Domingo, nos ponía tarea para hacer en clase y ya estaba al tanto de que Candelaria era asidua copiando de mi cuaderno, por lo que, de vez en cuando, nos echaba un ojito disimuladamente. Por entonces ya yo era un poco más autónoma y comenzaba a dejarme la melena larga, cosa que no se me había permitido de pequeña, porque con una prole tan seguida –tres en cinco años- desenredar un pelo enmarañado como el mío era fuerte lío a la hora de alistarnos para salir, por lo que mi madre optaba por cortármelo cada vez que le estorbaba.

 

Un día hacía yo la tarea de Inglés con toda la largura de mi pelo extendida haciendo de telón a una Candelaria que esperaba impaciente para ver la escena de mi ejercicio terminado y deleitarse “cogiendo recortes” del mismo. Ni corta ni perezosa, Candelaria se aventuró a servirse ella misma y abrió con sus blancos deditos mi melena por la mitad, metió el hociquillo y empezó a copiar. Don Domingo que la traba, dice en voz alta “Candelaria, parece mentira, siempre estás abriendo la cortina”.

 

Es curioso. Cada vez que me encuentro a don Domingo o a Candelaria, me viene a la memoria esta sencilla anécdota, por mucho que pasen los años. Me pregunto por qué razón permanecerá ahí, después de casi treinta años, si estoy segura de que ninguno de ellos me recuerda ya.

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