¿Tenemos la televisión que nos merecemos?
Una noche de la semana pasada tuve que acompañar a mi marido a Urgencias por una fiebre excesiva. Así que terminé de preparar la cena, les serví a mis niñas sus respectivos platos y avisé a mi madre para que se ocupara de darles de comer y acostarlas en lo que yo regresaba, previendo que podría tardar varias horas, habida cuenta de que a veces hay muchísima gente en Urgencias. Yendo de camino al Centro de Salud, tan hipocondríaca como soy, me iba imaginando a todos en mi casa muertos por el virus de la gripe A. Pero al llegar allí, no encontramos esa gran cantidad de gente que normalmente acude en un día cualquiera a esa hora por lo que nos atendieron enseguida. Total, que no era tampoco la gripe A y fuimos a la farmacia de guardia a comprar un medicamento y en sólo tres cuartos de hora estábamos de vuelta.
Al llegar a casa encuentro a mi madre desenredando una cadeneta de croché con mi niña mayor, y escuchando en la tele en un programa que llaman “La Traquina” a una señora hablando de un problema de desobediencia al profesorado sucedido en un colegio de por ahí cerca. Sirvo la cena y me pongo a comer mirando distraídamente a la tele cuando de pronto aparece en lo bajo de la pantalla un mensaje diciendo algo así como “Diego eres más falso que un billete de 1 euro”. Me hizo gracia, pero no tanto el mensaje sino la atención y la intención de quien lo envió: “¡Qué fijación tienen algunos siempre con lo mismo, por Dios! ¿No ves que está hablando de otro tema, la desobediencia de los chicos en el cole?”
Yo nunca veo ese programa de televisión ni ningún otro, y no tanto por falta de tiempo sino por exceso de repugnancia hacia lo que ofrecen y permiten en algunos programas y canales en general. Pero normalmente, el día de la semana que llevo a mi madre hasta el pueblo cuando va a enramar al cementerio, ella (que todavía parece que no está suficientemente escaldada de aquella vez que el propio director de ese mismo canal de televisión mirando a la cámara dijo que “todos los concejales de Icod son unos hijos de puta”) me habla de todos los mensajes que llega a contar en un sólo programa, todos insultantes contra el alcalde de Icod, y me describe sus contenidos. ¡Qué casualidad que ningún espectador hable a favor del alcalde! Es hasta extraño. Para mí que hay alguien que se dedica a “invertir” verdaderas cantidades de dinero –a razón de 4 mensajes por 6 euros- en insultar al alcalde y hacer parecer que vivimos en el peor sitio del mundo. Si hubiera sido hace cuatro años lo comprendería, pero no voy a hacer aquí una lista de las cosas que se han hecho en estos dos años y medio desde que gobernamos en el ayuntamiento, a diferencia de la transparente capita de piche que ponían un par de meses antes de las elecciones los que nos precedieron en el gobierno, porque evidentemente éste no es un balance preelectoral y nadie es bobo para no ver el vuelco. Icod está abierto en canal con tantas obras. Otra cosa es que la gente que lee estos mensajes crea lo que lee y piense lo contrario de la realidad.
Distraída pensando en esto, atienden a otra señora llamada María (¡Qué casualidad de nombre! Todas las anónimas se llaman igual, ¿verdad, mamá?), que creo que llamaba de Tacoronte para quejarse de que en su calle faltaba una bombilla. Y dije en voz alta: “¿Y en Tacoronte no hay un concejal al que quejarse de estas cositas, que la gente llama a la tele?” De todas formas que yo sepa a Icod no han llamado nunca los presentadores de ningún programa de televisión para sugerirnos arreglar la bombilla de turno. Si no son intermediarios entre vecinos e instituciones y encima cobran dinerales por esos mensajes que a veces deberían ser objeto de denuncia, entonces ¿qué función tienen programas como éstos que no sea sembrar el malestar y la confusión entre los espectadores? Acaso el enriquecimiento a costa de ciudadanos incautos.
Cuando terminé el último bocado, ya mi madre se había vuelto a su casa, así que apagué la tele y ahí se habría de quedar arrestada por un tiempo. Desde que mis niñas descubrieron que pueden ver dibujos animados a la carta en youtube, el viejo televisor Nokia pasa largas temporadas apagado como el objeto inservible que es por el que nadie siente ya ni la más mínima curiosidad. Cuando se produzca el apagón analógico, hipocondríaca como soy para estas cosas, probablemente este viejo trasto que me ha acompañado como regalo de bodas perfecto acabará en la basura y ninguna sustituta de pantalla plana vendrá a ocupar su sitio. Por quien más lo sentiré será únicamente por los vendedores de televisores de plasma, porque… ¡bendita ignorancia la de no conocer los contenidos de tan vil aparato!
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