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La otra Camy

La verdad absoluta no existe

La verdad absoluta no existe Buscar la verdad es un sinsentido; es como nadar sin ver la orilla

Comentaba el otro día con una técnica del ayuntamiento que evidentemente tenemos que hacer las cosas en equipo, porque, por ejemplo, las fiestas de este municipio no son sólo cosa del área de Fiestas, que es la que hace de punta del iceberg a la hora de cosechar éxitos o fracasos, y ella me corroboraba que en efecto así es, pues es tan importante el cantante que se sube en el escenario como el último operario que clava el clavo del escenario, como el último administrativo del ayuntamiento que hace de “negro” y elabora silenciosamente el expediente de contratación del cantante, expediente que luego firmarán un jefe de sección, un concejal o un alcalde, muchas veces hasta obviando faltas graves de ortografía, que no se mandan a corregir por no dilatar los procesos infinitamente.

Prácticamente todas las áreas y personas del ayuntamiento forman parte de una suerte de telaraña que participa, a veces mínimamente, es cierto, en la confección de los eventos festivos del municipio. Y no sólo sucede así con las fiestas. También con otros asuntos como el que ahora nos atañe.

Qué fácil me resultaba criticarlo todo cuando estaba en la oposición. Lo reconozco y pido mis disculpas a todos aquellos que en su día se vieron afectados por el látigo tan poco comprensivo de mis palabras, porque por más que, siendo concejala, en algo te haces una idea de cómo funciona el aparato administrativo de un ayuntamiento, ni soñando me llegué a imaginar cómo es esto por dentro. Y aún estando dentro, admito que muchísimas cosas se escapan a mi modesta comprensión, que se va haciendo cada día más amplia. Reconozco haber crecido en este aspecto muchísimo más en estos últimos meses de mi vida que en los treinta y muchos años precedentes. Como dice un compañero mío: “por cada cosa que sé hay nueve que desconozco”, con lo cual, me queda tanto por aprender de lo que no tengo ni idea…

El ayuntamiento se me asemeja a algo así como un cuerpo humano. Desde fuera, un cuerpo humano desnudo llega a ser bonito o feo, atractivo o repulsivo. Su piel, a veces suave, sana, uniforme, te invita irresistiblemente a la caricia frugal. Otras veces, el sólo hecho de observar algún bache en una piel, llámese cicatriz, obesidad, vello, etc., te puede llegar a producir asco o rechazo. Pero, en definitiva, sólo vemos piel y algunos órganos externos que actúan y cumplen sus funciones aparentemente, y sólo aparentemente, sencillas.

Después de muchas investigaciones y observaciones, la humanidad ha llegado a entender el funcionamiento interno del cuerpo humano, aunque aún no en toda su complejidad… ¿Cómo? Pues sumergiéndose en él, en todas sus funciones, en todos sus mecanismos y no sin pocos sobresaltos e incomprensiones (que le pregunten si no a Miguel Servet). Hoy por hoy sabemos que algunos indicios externos significan que algo por ahí adentro no va bien. Por ejemplo: A nadie se le ocurriría que si su hijo se señala el ombligo diciendo “me duele aquí”, se le podría curar el dolor con una crema para la piel -porque es piel en definitiva lo que señala el pequeño-, pues posiblemente le duele el estómago o el intestino o el hígado o un riñón, o tiene gases o vaya usted a saber si el chiquillo tiene un cáncer de páncreas o una apendicitis.

Pero, sin duda, cuando un órgano no funciona, el resto del cuerpo tiene problemas. Y hay evidentemente órganos que son más importantes que otros, y es imprescindible su funcionamiento para que el cuerpo responda como es debido. Por ejemplo, el corazón, la sangre, el cerebro, los pulmones… Un cuerpo en el que el corazón está tocado y sus pulsaciones van lentamente no podrá correr una maratón sin caer a los primeros metros de esfuerzo.

Con la sangre pasa igual: la leucemia o cáncer de la sangre sucede cuando las células sanguíneas inmaduras (los blastos), se reproducen de manera incontrolada en la médula ósea y se acumulan tanto ahí como en la sangre, logrando reemplazar a las células normales.

Muchas de nuestras administraciones, nuestro ayuntamiento no es la excepción, están aquejadas en ocasiones de baja frecuencia cardiaca y de leucemia. Que me perdonen los intocables que se puedan sentir aludidos o atacados por estas palabras; si no estuviera en lo cierto nadie tendría por qué sentirse aludido u ofendido. Pero es comprensible que así suceda porque ni todos nos comportamos de igual manera ni somos igualmente tolerantes. No echo la culpa de nada a las personas concretas; desde mi modesta opinión es el sistema que los hace intocables el que falla, en todo caso. Creo que no soy la única que opina esto.

Verán: Cuando yo era pequeña (tres o cuatro años, algo recuerdo vagamente de unos pavorreales del Parque García Sanabria), mi madre y mi abuela me llevaron a un psicólogo de Santa Cruz porque creyeron que yo estaba loca, literalmente, porque no paraba quieta ni un minuto, no hacía caso de nada, todo el día haciendo diabluras peligrosamente en aquellos volcanes que rodeaban mi casa: una niña sin ley. El psicólogo este me prescribió unos tranquilizantes cuyos efectos llegaron a preocupar a mi madre y a mi abuela, porque me sumieron en una suerte de letargo que me amuermaba en una esquina y alguna que otra mosca se burlaba de mí atreviéndose a posarse en mi boca, no logrando por mi parte el menor aspaviento de autodefensa. Mi abuela, ni corta ni perezosa, convenció a mi madre de que la visita al psicólogo había sido un fracaso, que ese medicamento no me hacía nada bien, que me estaba dejando boba. Mi personalidad evidentemente era así, dinámica, rebelde y desobediente, y desde entonces me dejaron hacer a mi antojo, no sin atenerse a las consecuencias de liberarme del nefasto medicamento, y por supuesto les agradeceré siempre esa sabia decisión. Desde que conozco al completo esta anécdota siempre he pensado que este psicólogo desafortunado no logró detectarme los indicios evidentes de hiperactividad o será que definitivamente la hiperactividad no era un asunto que estuviera de moda en una época en que los manicomios estaban llenos, y cuántas veces de gente con rasgos de genialidad.

Con todo esto quiero decir que usted puede ver un cuerpo humano bello y no imaginarse ni por asomo si sufre de cáncer o está sano, si quien lo lleva puesto es buena persona o es de una ínfima bajeza de principios incalculable, si está contento o arrastra consigo una terrible pena. Y luego de disfrazarse con hermosos gestos, vestidos y afeites, porque los adornos de nuestro cuerpo son simplemente un disfraz, menos aún puede usted saber que un cuerpo está tocado de una enfermedad, física o psíquica, o está sano. Todo se descubre a poco que se comience a indagar en él desde una óptica más cercana.

Bueno. ¿A qué viene todo este argumento que ya ustedes conocen o imaginan por lo menos?

Diré que detesto profundamente a las personas que se consideran poseedores de la verdad absoluta, porque la verdad absoluta simplemente no existe; todo depende de quien la interprete. Últimamente proliferan los que, teniendo un simple indicio, ya se autoproclaman soberanos del saber, de la verdad absoluta. ¡Pobres! Es como cuando un tipo ve a otro tipo con los ojos caídos de haber pasado una noche de parranda y le diagnostica un cáncer de útero. Si ni siquiera un solo médico puede diagnosticar una enfermedad complicada, cuánto menos un medio de comunicación que posee un papel con unos cuantos datos o un señor a quien le comentan una opinión interesada tomando un cortado en el Hespérides pueden aseverar un hecho por sencillo que sea.

En los últimos tiempos mi pueblo desgraciadamente está dando que hablar y está siendo arrastrado por el fango por estar inmerso en las diligencias previas 736/2007. Digo mi pueblo, sí, aunque les pueda parecer que me he equivocado. Puede que tal vez más bien me quede corta y debiera haber dicho el planeta Tierra. En estas diligencias previas son tantísimos los hilos que se mueven que seguramente me quedé corta. No sólo es nuestro ex-alcalde y su junta de gobierno local; también participan en el proceso muchos comerciantes, muchos prestadores de servicio de todo tipo y de todas partes, no sólo de este pueblo, muchos técnicos, muchos funcionarios, no sólo los de este ayuntamiento, muchos políticos, muchos ciudadanos… Todos se merecen un respeto. Ahí está para algo la presunción de inocencia, que hasta la fecha se ha burlado por activa y por pasiva.

El juzgado pide información para esta causa día sí y día también en unos volúmenes capaces de paralizar la administración más ágil, qué no diré de una medio maltrecha como la nuestra. Hay veces en que en ese cuerpo humano que es el ayuntamiento las manos van veloces como el rayo y el corazón a catorce pulsaciones por minuto o como dice una compañera “Yo voy a gasolina 2500 y el otro a gas, y yo dependo de ese otro”. Si la locomotora va a gas y los vagones a gasolina 2500 ¿qué te queda sino la desesperación? ¿O la burla y el escarnio de los que están afuera que consideran que todo depende de un vagón? ¿No es esto un análisis parcial o interesado? ¿No es esto un no enterarse de la misa la media (sin querer o porque sí, para hacer daño no se sabe con qué vil propósito)?

En mi pueblo dicen aquello de “como éramos pocos, parió la abuela”. Como la cosa no está complicada, gracias a Dios, encima proliferan, cual cáncer que corroe la opinión pública, los poseedores de la verdad absoluta que dispersan esa verdad absoluta cual ventilador bocazas. No reparan en que existe una ley que protege los datos personales de la gente y en función de ella se pueden tomar medidas oportunas en su contra por divulgar ciertos datos sin respeto a diestro y siniestro. Pero nos queda la esperanza de que al final todos calvos, que si no, a ver para qué están las leyes entonces.

Y lo peor de todo, encima la gente los cree a pie juntillas por más que en muchas ocasiones se contraponen unas cosas con las otras. Bueno ¿la gente qué sabe, qué culpa tiene la gente? A partir de estas opiniones interesadas la gente va sacando sus propias conclusiones, que al final son una parte de la realidad bastante minúscula.

La verdad absoluta no merece la pena ser buscada. Ojalá los vagones de alta velocidad pudieran ir por libre sin necesidad de depender de locomotoras de la época de la revolución industrial. Ojalá el cuerpo tuviese todos los órganos sanos y esa salubridad pudiera traslucirse sólo con ver la superficie externa. Ojalá no existiera el cáncer de la autodestrucción en algunos cuerpos. Y ojalá esos proclamadores de las verdades absolutas, antes de hablar, tuvieran la paciencia de contrastar la información completa con todas las partes y dejaran de entorpecer el trabajo ajeno con su ímpetu suicida. Ojalá encontraran algo más interesante que hacer en sus vidas que sembrar la incertidumbre, y dejaran trabajar a la administración y a la justicia, para que podamos creer en ellas, que buena falta nos está haciendo, porque lo cierto es que, viendo que en la calle se manejan sin impunidad ni respeto las declaraciones de los juzgados a las que ni la propia administración local tiene acceso (por más que parte de ella parece ser partícipe) por ciudadanos cualesquiera y por medios cualesquiera -algunos de descomunicación, claro que sí-, no puedo pensar sino que esto es un cachondeo… Esto no es justicia ni es nada. Esto no es información ni es nada. Esto no es verdad ni es nada…

Sabemos que la justicia es lenta. Por algo será que lo dicen. Ojalá estos mensajeros de la verdad absoluta pudieran ser menos impacientes y dejaran que esa lentitud sea, en efecto, y que los propios ciudadanos al final de todo el proceso puedan sacar sus propias opiniones y su propia verdad con autonomía. Quizás ésa en la que todos coincidiéramos, que no será otra que la verdad absoluta

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