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La otra Camy

aquí otra vez

un dato insignificante

Tengo en mi despacho del ayuntamiento una cosa que ya debería estar en las dependencias del archivo de la sede de mi partido, pero pesa un montón para una canija como yo. Se trata de una caja de las de 500 folios y varias bolsas repletas de documentos a las que se adjunta un oficio de remisión del alcalde actual, Diego Afonso, donde contesta a las peticiones de varios documentos para realizar el ejercicio de sus funciones como concejales en el ayuntamiento hechas por el grupo municipal de CC (2003-2007), en la oposición durante el mandato anterior, y que fueron dirigidas al alcalde de entonces (Juan José Dorta). ¡Qué rostro tienen algunos! Que tenga Diego que contestarse sus propias peticiones al cabo de tantos años… No digo más para que no se vaya la carreta delante de los bueyes.

 

Nota: (En ciertos medios de comunicación puede que ya tengan otros datos relacionados pero no tienen éste a menos que salten por encima de las paredes de mi despacho y revuelvan todo lo que hay allí, hasta el pasadizo que hay detrás del cuadro… jajajaj)

Un recuerdo especial

Un recuerdo especial

Para todas aquellas personas que han aportado algo en mi vida, les deseo que la navidad les traiga a cambio paz y alegría para seguir siendo tan especiales.

 

Feliz Navidad

A un tal Iván

A un tal Iván

"Lo que destruimos son sólo piedras" (Mullah Omar)

 

Para decir verdad, no sé mucho de fútbol. Prácticamente nada. Le perdí la pista cuando la época dorada de Jorge Valdano en el Tenerife, pero estaba viendo páginas por ahí cuando tropecé con un chiste de lo más tonto: “¿Sabes por qué Estados Unidos odia al Madrid? Porque tienen un tal Iván”. Supuse que se referían a Zamorano, no a ti, Iván, por más homo-egocéntricus que yo también te considere (guiño). Pero así y todo, te dedicaré este artículo, porque vengo siguiendo de cerca esa relación de amor-odio que existe entre cierto blog, muy venido a menos, y tú. Ya luego entenderás la relación del chiste con todo esto.

 

Sabrás que ahora en el pueblo está de moda la frase “¡Hospital Ya!” Tú la habrás visto igual que yo, y quizás como yo, antes en la ReD que en la calle, porque seguramente algún cachorrillo ingenuo de entre tus contactos también tuvo la genial idea de colgar las fotos en el Facebook. Y la casualidad es que esa frase de moda se la han apropiado precisamente los del PSOE, como si los demás estuviéramos brincando en una pata sola por no tener hospital todavía. Y es que ya lo tuviéramos si hace unos años -cuando gobernaba precisamente el PSOE, ahora de lo más amnésico- no hubiesen destinado a hospital un terreno que era arma de dos filos porque sabían perfectamente que para estadio olímpico podría estar bien pero imagínense para llegar hasta allá abajo en una ambulancia cuando la carretera está en un plano inclinado cuyo ángulo está más tirando a recto que a agudo. Por eso ahora la carretera parece una serpiente –por lo menos, si no de otra cosa, nos enfermaremos de mareo yendo para el hospital- y evidentemente con esta vía se han duplicado los costes del planteamiento inicial, aparte de que ni la zona estaba urbanizada, ni tenía saneamiento, ni depuradora y faltaba una parte de terreno para ubicar el centro de discapacitados y un montón de cosas que ya nadie recuerda.

 

Y ha sido gracias a esa “humilde” pancarta de vinilo de los socialistas que tanto nos recuerda a aquella despilfarradora campaña de 2007 que todo el pueblo se ha movilizado, aprovechando que dicha pancarta está en una de las principales arterias de la ciudad donde los chicos se arrastran por San Andrés y ya que la mayoría de la población tiene que pasarse por la oficina de empleo por aquello de que hay crisis y la gente va perdiendo sus puestos de trabajo. Así ya la ha visto todo el mundo y gracias a ellos todos los partidos han despertado y se han puesto a trabajar para que el hospital sea una realidad.

 

Ay, Iván… ¿Y a qué venía esto? ¡Ah, sí! El otro día en ese blog venido a menos que tú sabes se publicó para ilustrar una de esas… “noticias” una foto propiedad del gabinete de prensa del ayuntamiento, sacada con la pobre Olympus que tanto ajetreo tiene de un par de años para acá. El pie de esa foto que mostraban como si fuera sacada por quienes redactan el susodicho blog decía Diego y sus talibanas visitando las obras del hospital del Norte”. En la foto se veía al alcalde con mis dos compañeras concejalas de CC. Luego en otra edición de dicho blog  –que no se diga que no “busco la verdad para hacerme más libre” (¡Cómo me suena el eslogan al “Arbeit macht frei” de los campos de concentración de los nazis!)- decía “Más cositas de la talibana más grande que tiene Diego en su grupo de gobierno”; y en otra edición “con la connivencia de Mercedes Vera y su mano derecha, un puño de hierro sin guante de seda, Dulce, las dos talibanas más extremas de CC en el Ayuntamiento”; y en otra edición “una de las que más se tambalea es en quien se apoyan todos estos, especialmente la más talibana de todo el equipo, Mercedes Vera”. Y así el uso del término “talibana” prolifera hasta la náusea. Creo que se llama “déficit léxico”. Bueno, no lo creo. Lo afirmo, que para eso soy lingüista.

 

Dicen que por la boca muere el pez, y una de las cosas que se deducen de este refrán es que cuando uno no entiende los significados de las cosas a veces es mejor que se calle y no ande por ahí haciendo el ridículo y, por creerse simpático, ir dispersando su ignorancia entre aquellos que creen a pie juntillas lo que leen dándole la categoría de dogma a lo que muchas veces no son más que meros chismes de los que destruyen la vida de las personas de forma irreparable (véase, por ejemplo, el caso del padrastro de la pobre Aitana y el linchamiento que alegremente le propinaron los medios de comunicación ávidos de morbo, e incluso siendo considerados bastante más serios que este blog que ahora nos ocupa. Yo particularmente estoy esperando con los titulares en la mano las rectificaciones de los mismos que todavía se hacen esperar). A veces resolver estos enigmas es cuestión simplemente consultar un diccionario (para este caso poco recomendable, por cierto) o tener un poco de conocimiento cultural para evitar ridículos semejantes.

 

Tiene gracia, querido Iván, cómo ese blog, probablemente escrito por lo que llaman una cabeza caliente, la cual seguro en su vida ni ha pisado mi pueblo ni sabe en qué lugar de las antípodas se encuentra, usa indistintamente la palabra “talibán” para aplicarla indiscriminadamente a cualquier persona de Icod, en especial si se trata de nacionalistas o socialistas. ¿Será que acaso hay algún partido especial que lo tiene bien alimentado y por eso es intocable? Según esta mens sana, haciendo un ligero seguimiento hay talibanes entre los socialistas, que son los enemigos de Dorta, y también entre los nacionalistas, que son los que gobiernan el ayuntamiento, pero no todos y no sólo concejales, porque hay talibanes concejales y talibanes no concejales. El resto le es desconocido porque está claro que el soplón de turno no sabe tampoco nada más de los diferentes comités políticos y quienes redactan las noticias ni las contrastan ni parecen haber estado en este pueblo en toda su vida. Por lo tanto, doble ignorancia por hacer caso a ignorantes. Lo que sí se deduce fácilmente es que en las filas del PSOE hay un topo con poca ética. En ese caso, me alegro. Así nos enteramos todos de esas cosillas que tanto nos gusta leer a los morbosos, ¿no?

 

Todos los que tenemos una cierta edad conocemos los hechos históricos sucedidos en el planeta de ocho o diez años para acá, aunque sea de forma superficial. Todavía recuerdo aquella tarde del 11 de septiembre de 2001, al día siguiente del cumpleaños de Estéfany, que me encontraba en casa planchando y escuchando la tele, cuando vi el trompazo que se pegó un avión contra una de las torres gemelas del World Trade Center, y a continuación otro avión contra la otra. Ahí fue que abandoné la plancha como pésima ama de casa para sentarme dispuesta a ver en riguroso directo lo que parecía la mayor superproducción del cine mundial que haya parido Hollywood. A partir de entonces empezamos a oír hablar de un “talibán” con mayor insistencia.

 

Y no quisiera quedar como “talibana” de la perfección semántica pero sí echarle un poco de precisión al uso que alegremente hacen de este término en el blog del que estamos hablando. Según he hallado documentación a grandes rasgos googleando por ahí, la palabra “talibán” es el plural de la palabra árabe pashtún “talib”, que significa “estudiante”. Se trata entonces de varios grupos de estudiantes de las madrassas o escuelas coránicas de la frontera de Afganistán, dirigidas por mullah afganos o por los partidos fundamentalistas islámicos de Pakistán. Ser estudiante no es malo en principio. Los talibanes intentan con este nombre distanciarse de la política partidista de los muyahidin, considerándose como un movimiento para purificar la sociedad de una guerra de guerrillas descontrolada, un sistema social erróneo y un estilo de vida islámico que corría peligro debido a la corrupción y el exceso. El estudio del Corán, las enseñanzas de Mahoma y los aspectos básicos de la ley islámica junto con la guerra eran para estos estudiantes sin preparación en otras materias la ocupación a la que adaptarse. Estos talibanes creen, así pues, en la Jihad o guerra santa pero desprecian a quienes habían accedido al poder por considerarlos corruptos. (¿??) (Según esto, ¿entonces los corruptos son los gobernantes y los talibanes quienes así los consideran?)

 

Los objetivos de los talibanes parecen bastante nobles en principio, pero la cosa se volvió extrema y los extremos ya se sabe… Los dirigentes talibanes se formaron en los campos de refugiados de Pakistán, en tiempos de la invasión soviética, y allí recibieron el apoyo armamentístico norteamericano, el asesoramiento pakistaní y la financiación de los árabes saudíes y de los emiratos del golfo Pérsico y posteriormente, tras la retirada soviética, en 1996, lograron la victoria sobre Kabul, asesinando al presidente y a su hermano e implantando un régimen islámico severo. Estos guerrilleros fundamentalistas, que normalmente actúan como grupo y nunca toman decisiones de forma individual (¿??) , tenían como objetivo convertir la capital afgana en una “ciudad de Dios” mediante una serie de medidas de brutalidad evidente, sembrando la muerte indiscriminada entre los “infieles” que no sigan la ley coránica según su rígida e inhumana interpretación. Su declaración de propósitos, surgida de una reunión en Kandahar en 1993, se basa en imponer la Sharia o ley islámica y restaurar la paz. El Mullah Omar, su líder espiritual, es a la vez el encubridor de Osama bin Laden. Sin embargo no se produjo la paz, pues los diferentes grupos tribales, étnicos y religiosos se enzarzaron en múltiples conflictos, se radicalizaron los hábitos islámicos y la conducta fundamentalista.

 

Ya sé, amigo Iván, que en ningún momento he hablado del papel de las mujeres –o “talibanas”, como dirían los redactores de este blog al que me vengo refiriendo-, pues las mujeres de estos talibanes evidentemente no pueden ser objeto de definición en este caso, y la razón es sencillamente porque ni les está permitido acceder a los lugares públicos ni al estudio en universidades o escuelas, ni tienen derecho a trabajar fuera del hogar y mucho menos a ir a la guerra. Es más, deben ir cubiertas con un velo muy tupido, el famoso burka, y vestidas con chilaba, ¡que ni para apuntar con una escopeta y salir corriendo, las pobres! Muchas viudas, incluso con carrera, se vieron obligadas a mendigar para sostener a sus hijos o incluso a casarse con un pariente de su difunto para que sus hijos pudieran ser mano de obra gratuita en la nueva familia.

 

Quitando a un lado la polémica habida al principio con la Real Academia de si se debía usar “talibán” o “talibanes” para referirse al plural (puesto que esta segunda forma constituía una redundancia del plural), lo que ya parece haberse resuelto, en lo que  estoy de acuerdo es en que el uso de “talibana” como sustantivo femenino semánticamente es un disparate como la copa de un pino. Y me va a salir sin querer la feminista que todas llevamos dentro. La razón de lo que digo es que sencillamente las talibanas no existen. Los integristas musulmanes no permiten a las mujeres salir a la calle ni ocupar puestos de trabajo, cuanto menos militar entre sus filas y acudir a la guerra, por lo que creo que es una terrible falta de respeto usar ese término, ni siquiera de forma figurada y jocosa como lo hacen los redactores de ese blog, para denominar a mujeres con comportamientos terroristas como los que se le suponen a mis compañeras concejalas, cuando las mujeres afganas están pasando una verdadera barbarie por culpa de estos terroristas talibanes. Ya quisieran estas mujeres soñar con poder ser talibanas y hacer algo tan sencillo como vestirse con una minifalda y un casco de albañil y a cara descubierta acompañar al alcalde de Icod a ver las obras del hospital.

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Por lo tanto, no sé si llamar –con propiedad- “talibanes de la lengua”, como sinónimo de terroristas, a los de la cabeza caliente que, queriendo quedar graciositos, usan el sustantivo “talibana” para referirse a mis compañeras concejalas, exclusivamente de mi partido –supongo que, salvo por el chisme de aduladores ociosos con fijación hacia quienes no ceden a chantajes, por el simple desconocimiento, porque desde mi punto de vista somos bastante inofensivos en comparación con otros elementos más talibanes-.

 

Estas que llaman alegremente “talibanas” están a años luz de aquellas pobres afganas que sufren el régimen terrorista. Éstas son mujeres con bastante capacidad de movimiento –aunque a algunos esto les pueda causar terror- y pueden, sin problemas, enfundarse un casco de albañil para visitar las obras del hospital o asistir a donde les plazca y tienen derecho a estudiar carreras universitarias y a trabajar para sacar a sus hijos adelante. Y sobre todo no tienen que soportar esa lacra llamada “burka” –aunque a algunos parece molestarles que así sea y, por lo visto, nos prefieren hieráticas antes que podamos significar una majadería-. Así pues, la conducta de estos redactores me parece como poco una burla hacia esas pobres mujeres afganas presas de una situación terrorífica.

 

Por eso, amigo Iván, no se puede andar sobrevolando situaciones y, como el Mullah Omar, creyendo que lo que destruimos son sólo piedras, o reputaciones, que parece ser lo deseable por estos interpretadores de la realidad, sino que injustamente, creyendo estar por encima del bien y del mal y creyéndose muy graciosos, se burlan de las penalidades que sufren las mujeres de aquel país de integristas que usan el terror para hacerse valer, cuando toda la sociedad está concienciada de que tal sometimiento es una vejación hacia la mujer y un crimen abominable. Pero éstos… ¡hala, pa’ atrás como los cangrejos!

Como te dije alguna vez, amigo Iván, “Stultorum infinitus est numerus” (guiño).

 

 

 

¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

Una noche de la semana pasada tuve que acompañar a mi marido a Urgencias por una fiebre excesiva. Así que terminé de preparar la cena, les serví a mis niñas sus respectivos platos y avisé a mi madre para que se ocupara de darles de comer y acostarlas en lo que yo regresaba, previendo que podría tardar varias horas, habida cuenta de que a veces hay muchísima gente en Urgencias. Yendo de camino al Centro de Salud, tan hipocondríaca como soy, me iba imaginando a todos en mi casa muertos por el virus de la gripe A. Pero al llegar allí, no encontramos esa gran cantidad de gente que normalmente acude en un día cualquiera a esa hora por lo que nos atendieron enseguida. Total, que no era tampoco la gripe A y fuimos a la farmacia de guardia a comprar un medicamento y en sólo tres cuartos de hora estábamos de vuelta.

 

Al llegar a casa encuentro a mi madre desenredando una cadeneta de croché con mi niña mayor, y escuchando en la tele en un programa que llaman “La Traquina” a una señora hablando de un problema de desobediencia al profesorado sucedido en un colegio de por ahí cerca. Sirvo la cena y me pongo a comer mirando distraídamente a la tele cuando de pronto aparece en lo bajo de la pantalla un mensaje diciendo algo así como “Diego eres más falso que un billete de 1 euro”. Me hizo gracia, pero no tanto el mensaje sino la atención y la intención de quien lo envió: “¡Qué fijación tienen algunos siempre con lo mismo, por Dios! ¿No ves que está hablando de otro tema, la desobediencia de los chicos en el cole?”

 

Yo nunca veo ese programa de televisión ni ningún otro, y no tanto por falta de tiempo sino por exceso de repugnancia hacia lo que ofrecen y permiten en algunos programas y canales en general. Pero normalmente, el día de la semana que llevo a mi madre hasta el pueblo cuando va a enramar al cementerio, ella (que todavía parece que no está suficientemente escaldada de aquella vez que el propio director de ese mismo canal de televisión mirando a la cámara dijo que “todos los concejales de Icod son unos hijos de puta”) me habla de todos los mensajes que llega a contar en un sólo programa, todos insultantes contra el alcalde de Icod, y me describe sus contenidos. ¡Qué casualidad que ningún espectador hable a favor del alcalde! Es hasta extraño. Para mí que hay alguien que se dedica a “invertir” verdaderas cantidades de dinero –a razón de 4 mensajes por 6 euros- en insultar al alcalde y hacer parecer que vivimos en el peor sitio del mundo. Si hubiera sido hace cuatro años lo comprendería, pero no voy a hacer aquí una lista de las cosas que se han hecho en estos dos años y medio desde que gobernamos en el ayuntamiento, a diferencia de la transparente capita de piche que ponían un par de meses antes de las elecciones los que nos precedieron en el gobierno, porque evidentemente éste no es un balance preelectoral y nadie es bobo para no ver el vuelco. Icod está abierto en canal con tantas obras. Otra cosa es que la gente que lee estos mensajes crea lo que lee y piense lo contrario de la realidad.

 

Distraída pensando en esto, atienden a otra señora llamada María (¡Qué casualidad de nombre! Todas las anónimas se llaman igual, ¿verdad, mamá?), que creo que llamaba de Tacoronte para quejarse de que en su calle faltaba una bombilla. Y dije en voz alta: “¿Y en Tacoronte no hay un concejal al que quejarse de estas cositas, que la gente llama a la tele?” De todas formas que yo sepa a Icod no han llamado nunca los presentadores de ningún programa de televisión para sugerirnos arreglar la bombilla de turno. Si no son intermediarios entre vecinos e instituciones y encima cobran dinerales por esos mensajes que a veces deberían ser objeto de denuncia, entonces ¿qué función tienen programas como éstos que no sea sembrar el malestar y la confusión entre los espectadores? Acaso el enriquecimiento a costa de ciudadanos incautos.

 

Cuando terminé el último bocado, ya mi madre se había vuelto a su casa, así que apagué la tele y ahí se habría de quedar arrestada por un tiempo. Desde que mis niñas descubrieron que pueden ver dibujos animados a la carta en youtube, el viejo televisor Nokia pasa largas temporadas apagado como el objeto inservible que es por el que nadie siente ya ni la más mínima curiosidad. Cuando se produzca el apagón analógico, hipocondríaca como soy para estas cosas, probablemente este viejo trasto que me ha acompañado como regalo de bodas perfecto acabará en la basura y ninguna sustituta de pantalla plana vendrá a ocupar su sitio. Por quien más lo sentiré será únicamente por los vendedores de televisores de plasma, porque… ¡bendita ignorancia la de no conocer los contenidos de tan vil aparato!

Maricón el que no baile

Maricón el que no baile

Un especial recuerdo a mis compañeros de la comisión del 86 y especialmente a Carlos y a las proveedoras. También a Monsita, por aguantar todo el camino.

 

Últimamente, cuando voy por ahí y veo algunos detalles de las fiestas de los barrios, me da por acordarme con añoranza de las agridulces penurias que un grupo de doce chiquillas de mi barrio, Santa Bárbara, sufrimos haciendo las fiestas del año 1986 y en lo que se han convertido las fiestas de barrio en estos días.

 

Recuerdo que para tener el papel de seda listo con el que adornar en el mes de agosto las plazas y recorridos de todo el barrio, mis compañeras proveedoras y yo previamente decidimos muy por unanimidad y sin muchas disquisiciones ni argumentos a favor o en contra que de los que había, los colores más bonitos eran el blanco, el rosa chicle y el azul turquesa. Todo valía siempre y cuando no se eligiera el rojo, que tenía fama de desteñir si se mojaba, pues todas recordábamos la blusita (en mi caso una sudadera rosa a la que le tenía especial cariño) que se nos había echado a perder de manchas rojas en la fiesta del año anterior el domingo durante la procesión nocturna. Y como en agosto, mes por excelencia de las cabañuelas, es inevitable que caiga una llovizna fina o un torrencial aguacero, estos colores que elegimos eran bastante inocuos, por lo que, con los primeros fondos que conseguimos de la venta de las rifas del cochino en los días previos a la pelana del 85, compramos manillas y manillas de papel de seda blanco, rosa y azul, que luego, sin que nadie nos marcara las pautas de nada, porque dicen que “burro cargado busca camino”, los recortábamos diseñando sin usar el lápiz complicados dibujos e iniciales en la superficie y luego los pegábamos en una tendedera de hilo plástico cuyas liñas, muy pegaditas entre sí, medían unos 12 metros de longitud. El pegamento simplemente era una curiosa pasta de harina y agua en cuya fabricación muchas de mis compañeras eran verdaderas expertas.

 

Pasábamos tardes verdaderamente felices, entre los callos doloridos de empuñar las tijeras, los confettis de formas inimaginadas, pero siempre de tres colores, las risas, los chismorreos y las manchas de pasta de harina. A la que le tocaba “dar la pasta” pasaría la tarde con las manos frías y empegostadas y varios días con la piel arrugada y áspera, pero las había que preferían esto antes que el callo que se te formaba en el dedo de tanto recortar.

 

Recuerdo que la pasta llegaba a adherirse al suelo de cemento apisonado con tal ahínco que era imposible arrancarla una vez que se enmohecía y se ponía negruzca. Todavía no sé cómo se las ingenió Carlos para arrancar aquellas plastas del suelo del salón.

 

Al día siguiente de hacer una tanda, cuando ya estaba seca, recogíamos la colada tricolor, doblándola y colocándola cuidadosamente en grandes cajas que apilábamos en una esquina. Y otra vez vuelta a tender.

 

Ya por marzo o abril teníamos arrinconadas muchas cajas. A una de las compañeras se le ocurrió hacer recuento de lo que habíamos almacenado en las cajas para saber lo que nos quedaba todavía por hacer y equilibrar así los colores. Fue entonces que descubrió que las primeras cajas, que llevaban unos 5 ó 6 meses almacenadas, estaban siendo pasto de los ratones, tal era la fina calidad de la harina que usábamos para hacer la pasta. El destrozo fue tanto que, por prevenir que no fuera a más, nos vimos obligadas a encaramar las cajas sobre el pequeño cuartito que nos servía de baño para que los roedores no las alcanzaran.

 

Hormiguitas hacendosas como éramos, conseguimos remontar este desastre y preparar más papel del que habitualmente se hacía en otros años e incluso fabricamos flores y una piñata que incorporar en el festival infantil.

 

Así llegó la fiesta de agosto de 1986. El jueves de la fiesta, después de la rama que antes se iba a buscar en lunes, comenzamos desde el amanecer a colocar el papel en las plazas formando como un ajedrez tricolor. Primero engalanamos la plaza grande, hoy dedicada a Don Mauricio, y luego la plaza de arriba, hoy inexistente como tal y que dará paso a lo que será en el futuro nuestra nueva plaza. Al final, con lo que quedara y sin tanto esmero, adornaríamos las calles, que se hacía a lomos de una escalera, pero eso era cosa de hombres, porque las proveedoras tendíamos en el suelo las tiras de papel amarradas a una guía que luego descendería poco a poco por un puntal hasta colocarse de techo en la plaza.

 

Ese jueves de agosto el sol se pasó tres pueblos (en Icod el Alto también había fiesta), por lo que literalmente nos achicharramos al son de la orquesta los Rocker’s, que sonó incansable durante todo el día en los altavoces de Radio González, hasta que allá a las seis de la tarde le dijimos a Argelio si no tenía otra cinta y nos contestó que es que acababa de llegar gente nueva que no la había oído todavía. Por la noche fuimos al baile con las caritas rojas superquemadas, pero felices porque toda una lluvia de felicitaciones nos llovió por la elección de los colores y el buen gusto empleado en la colocación y distribución de los mismos y también por las flores, que ponían el toque innovador por excelencia.

 

Al día siguiente, el viernes, también nos llovió, lluvia de la otra, durante la verbena de esa noche, un chubasco de los que hacen época, que dio al traste con los pelopinchos que tanto me costó ponerme tiesos para esa noche y especialmente con los hermosos contrastes tricolor que nos costaron un año de trabajo y muchos callos y manos ásperas y arrugadas. Y ya en casa tuve que habérmelas con la angustia de ver cómo los goterones que se filtraban por el techo de mi habitación mojaban una vez más mis libros y mis cosas más queridas, sumándose a la congoja de imaginar las liñas peladas, ya sin papeles ni pasta siquiera que los pudiera retener en su sitio.

 

Al día siguiente, sábado y por la mañana, tras la monumental mojada nocturna y después de ver el destrozo, hicimos la subida de los Cestos y Bollos con un poco de desánimo. Era uno de los primeros años en que se subía con traje típico y el recorrido era un poco más largo porque entraba por la calle derecha y subía por Siervo de Dios y Calle Los Reyes. Al llevar las manos sujetando el cesto de plato, los refajos se te enredaban entre las piernas por las empinadas cuestas y nadie te relevaba por la novelería de salir en la foto portando un bollo como ahora, porque tampoco había tantas cámaras y ni a veces una madre que nos acompañara en el recorrido con una triste botella de agua. Yo, además de los 7 kilos de mimbres trenzados, pan sin levadura, flores de celofán de colores varios, 40 figuritas de azúcar auténticas -de las que hacían las monjitas- espichadas en sendas cañas primorosamente cortadas por mi padre y 104 cintas de colores con sus bordados, recortadas y rehiladas por mi abuela, encima tuve que cargar, literalmente, con Monse vestida de maga, de apenas cuatro añitos, la mayorcita y más aparente para el cargo de acompañante que pude conseguir, colgada de una cinta amarilla y fea que doña Obdulia se debió dejar suelta tal vez adrede para servir a este menester y que cada vez era más larga de los tirones que le daba aquel pobre angelito con traje villero.

 

Y después de la colocación de los Cestos y los Bollos en la media naranja, cómo no, el baile, el mejor de toda la fiesta. Había que bailar toda la noche pero, como no podía ser de otro modo, esa noche me molestaron los jodidos zapatos, aquella imitación de converse all star demasiado bajos para el puente de mis pies, con lo que pasé ratos sentada escuchando la mejor orquesta del momento elegida para la ocasión, Los Dinámicos, conducida por supuesto por Pepe Benavente. Pero al final del baile, allá a las tres de la madrugada, cuando todos se fueron a descansar, nos convocan a todos los miembros de la Comisión de Fiestas a reponer –como había de sobra- toda la plaza de los papeles estropeados por la lluvia, dado que al día siguiente era el día grande y eso no se podía presentar así, de cualquier manera. Y además, barrer la plaza con aquellas escobas tan típicas que ya empezaban a mostrarse demasiado ajadas para tan pocos días de uso.

 

No recuerdo a qué hora me acosté esa noche. Sólo sé que a las 8 de la mañana del domingo había que estar en El Pino, vestida de maga, con un ramo de gladiolos amarillos y desfilando delante del Regimiento, por supuesto a paso de soldado, hasta la casa de Tinito, o lo que es lo mismo, aproximadamente un kilómetro. Luego de allí con las autoridades hasta la plaza, aguantar toda la misa con un sol adormecedor dándote en la cara mientras los soldados que escoltaban el altar, en posición de firme, pero a la sombra, se tambaleaban hasta caer desmayados de puro agotamiento… Uno,… otro,… otro… La gente ya más pendiente del rostro de los escoltas que del sermón.

 

Luego venía la procesión, el almuerzo con los soldados a los que dábamos jaque mate porque con el sueño atrasado que ya arrastrábamos a nadie se le ocurría ponerse a ligar con un soldado pletórico que probablemente habría dormido toda la noche a juzgar por el palique (Me acuerdo de un soldado palicoso y de una carne de conejo divina). Después del almuerzo, había que bailar con los soldados, que para eso éramos chicas casaderas y derrochábamos esa gracia y ese verbo con doble sentido aprendido después de un año de camaradería. Luego el rosario y la procesión y al final nos mandaban para casa a quitarnos los atuendos típicos para venir de calle al festival por la noche “porque actuaban Los Sabandeños”. Y el lunes tempranito… a barrer, por la tarde a servirle aceitunas y refrescos a los ancianitos y por la noche… el baile. Y el martes tempranito… a barrer y por la tarde la pelana y el baile hasta altas horas. Y el miércoles ya no tan tempranito… a barrer, y a jubilar las escobas que ya no daban más de sí.

 

Paso página.

 

Hace unos días estuve observando un grupo de mujeres de la comisión de fiestas de mi barrio que animadamente hacían flores de papel de todos los colores mientras despotricaban y hablaban de todo lo que se movía y lo que estaba quieto, mientras unas chicas más jóvenes, las proveedoras, colocaban el producto en alegres tiras. Después vi a una de ellas barriendo con una escoba y comenté con la bibliotecaria los años que hacía que no veía una escoba de éstas por aquel territorio y ciertamente algo se me ha alegrado en el interior, como si un tiempo añorado regresara para quedarse.

 

Ustedes dirán ¿a qué viene eso de “añorado”, si hoy todo es mejor? Los papeles vienen ya hechos y son plásticos, preparados para lluvia y sol y no destiñen; Nadie se levanta temprano a barrer porque papá Ayuntamiento te manda la barredora (cuando funcionan los trastos que heredamos, claro) con sólo mencionárselo a un concejal, el que sea; y para entretener a los soldados están preferiblemente la reina, la miss y toda su corte de honor, que son las chicas más guapas del lugar en ese año.

 

Y es que, desde hace algún tiempo, apenas al principio de mis años de concejala en la oposición, un día comentaba un compañero que la fiesta de tal barrio la llenaron por todas partes con la bandera del ayuntamiento porque claro, el presidente de la comisión era tal persona, simpatizante del alcalde socialista y había que reírle la gracia y no poner las banderas habituales. Luego comentaban que en otro barrio un simpatizante de CC, como era presidente, puso los papeles de la plaza de los colores de la bandera canaria. Después que no sé quién que era presidente de no sé qué fiesta los puso de rojo y todos a comentar a continuación que menos mal que siendo plásticos no se desteñían al mojarse… Y poco a poco, he ido observando que rara ha sido la fiesta a la que yo haya ido en la que no aparecieran los papeles y las banderas subliminalmente representando a un partido político y cosas por el estilo que hacen que la fiesta deje de ser algo inocente, sano y divertido para convertirse en una batalla política sin sentido. Lo que no sé es si los presidentes tienen en realidad tan arraigados los colores de este o aquel partido o es que hay alguien que anda por ahí moviendo los hilos invisibles de lo que no son sino simples marionetas. Pero ya luego el tema se ha venido extendiendo a algo más que los colores. También se observa en las formas y en algunos casos la politización de algunas fiestas llega a ser tan feroz que se llega a extremos de no razonar y actuar de forma incoherente y hasta patética.

 

Ejemplos horrorosos de no saber diferenciar la politización de la política y la fiesta y la diversión sana de todo lo otro son los últimos acontecimientos de este verano. Menos mal que yo cuando eso no estaba, aunque en los días previos podía fácilmente preverse el desastre, pues, con más retortijón de tripa que gozo en el alma, leí en un curioso documento cómo decía una concejalA miembrA de un partido político, que, metida a filóloga por obra y arte de algún espíritu kamikaze, nos ilustraba con consignas como que la palabra fiesta provenía del vocablo latino festum, dejando en su intelectual delirio tan boquiabierto a todo el barrio, que ella misma “no se dio cuenta” de que quien tenía que representar al ayuntamiento y al municipio en ese documento era, en definitiva, su alcalde y no ella. No conformes con esto, me contaron luego que los miembros de la comisión de fiestas se dieron a la enajenación mental de ignorar la presencia del alcalde en los actos para así "fastidiarlo porque como no les caía bien"…, como si el alcalde fuese la persona que está ahí sentada estoicamente hasta cuatro y cinco horas en un acto y no la noble institución a la que representa, como si sólo fuera el alcalde de unos pocos vecinos y no representase a todos los ciudadanos por quienes ha sido elegido democráticamente. Me hizo hasta gracia el otro día que, hablando con una concejala güimarera de la oposición, le comenté que alguna vez conocí a “tu alcalde”, a lo que me espetó “ése no es mi alcalde”. ¡Uff! Pues yo cuando estaba en la oposición sí tenía muy claro quién era mi alcalde y el de todos los ciudadanos de mi pueblo, hasta que las urnas dictaron otra cosa. Hoy por hoy mucha gente parece no tenerlo tan claro. Creo que nos debemos estar volviendo un poco locos para que la actitud de un vecino puede llegar a dejar en entredicho a todo un barrio y como mínimo y especialmente queden cagados todos los miembros de una comisión de fiestas que se pasan un año trabajando para conseguir fines tan patéticos como esta politización incoherente. (Por lo menos hoy por hoy ya tenemos a esta comisión como ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas).

 

¿Y qué me dicen de meter a pregonero de una fiesta donde nunca antes había habido pregones a un señor venido de fuera simplemente porque es delegado del gobierno y representa a un partido? ¿No hay otras personas válidas que digan un pregón que no sean políticos? Resulta como un poco insólito, ¿no?

 

 

Pero me hace gracia sobre todo cuando por ejemplo al acabar la fiesta de 2008 no haya gente dispuesta que tome el relevo para hacer la fiesta del 2009 o del 2010 y, sin embargo, sorprendentemente, sí haya comisión para el 2011, y la excusa típica es que hay una promesa que cumplir y casualmente quien tiene la promesa que cumplir es, como no, "un destacado simpatizante". ¿Cómo le vas a negar a un vecino que cumpla una promesa? ¿Qué pasa? ¿Acaso el 2011 es año electoral y desde algún partido político se puede aprovechar para repartir votos en bolsas de basura el día de reflexión haciéndose pasar por una comisión de fiestas? Es increíble que exista la mezquindad hasta esos extremos, pero existe, vaya si existe. Conozco anécdotas tan sumamente sorprendentes como divertidas.

 

Y es que ya no es sólo la fiesta. Poco a poco he ido viendo cómo la politización ha ido ganando terreno en todas las facetas de la vida diaria de los ciudadanos que me rodean y me preocupa adónde irá a parar de seguir así. Vemos politización en las asociaciones de vecinos, en los clubes deportivos, hasta en las cafeterías. Allá donde va la gente va el fantasma de la politización siguiéndola como un estigma entrometido empeñado en colarse e impregnarlo todo con sus pringosas manos. Porque si hay algo nocivo en todo esto es que sin darnos cuenta cada vez más seremos dependientes de quien nos politiza. No nos servimos de la política para convertirnos en ciudadanos libres, sino la política se sirve de nosotros para esclavizarnos y hacernos pasar por situaciones bochornosas, que nos restan valía como personas.

 

Yo puedo decir que en ese sentido viví una época más libre y, aunque nací cuando Franco daba ya sus últimos estertores, no me crié en esa esclavitud que ahora funciona a mi alrededor, esa esclavitud que hace que muchos ciudadanos -de mi generación y mayores- estén de contino pendientes de transmitir con cualquier excusa mensajes políticos subliminales, o, en el caso contrario, que vean esta politización como cosa normal, no siendo capaces de captar detalles que pueden pasar desapercibidos para quien no los vea con ojos críticos. Así me pasó el otro día con un compañero, que me dice sinceramente convencido al ver la decoración de la plaza de un barrio: ¡Ay, Camy, qué bonitos los papeles! Sí, “la revolución naranja”, qué bonita, no te jode. ¿No ves que el presidente de la comisión es “simpatizante”?

 

Ya sé que a muchos les parecerá mal que yo lo diga, por aquello del cargo y esas boberías, pero soy consciente de que puedo ponerme en un punto de objetividad que a muchos en mi lugar les costaría asumir: La política es una cosa y la politización es otra bien diferente que mete todo lo que toca en una espiral de destrucción, de perniciosa dependencia, en un proceso corrosivo donde las personas son fácilmente manipulables. Francamente, tenemos que lograr que la política sea para los políticos y conseguir que las fiestas y otros eventos hoy tan vergonzosamente politizados sean ajenas a ello, organizadas por el pueblo, con o sin ayuda externa, pero de haberla, esa ayuda no debe ser el yugo de la politización que nos obligue a arrodillarnos ante ella y adorarla. Y debe ser la sociedad la que construya la política y no justamente a la inversa. Creo que nunca es tarde si lo que queremos es librar a nuestra sociedad de esa nefasta lacra que es la politización que nos rodea.

 

Por eso un sencillo gesto, que seguramente nadie a lo mejor lo percibió, fue ese que vi la otra tarde cuando las mujeres de la comisión de fiestas de mi barrio hacían flores de papel y mezclaban en la misma liña naranjas con violetas, verdes con amarillos, blancos con rosas en una alegre explosión de color y en ningún momento me pareció ver simulación de banderas subliminales. Me resulta agradable aunque sólo es un minúsculo pasito, un pequeño rayo de luz, porque de oscuridades… podríamos hablar.

 

Sí, es cierto, Rita, yo también recibo regalos

Sí, es cierto, Rita, yo también recibo regalos

Reconozco que no soy una persona materialista pero hoy me ha resultado un día muy gratificante en relación con algunas cosas materiales. No sé si la política tenga o no que ver como circunstancia, pero de no ser persona relacionada con ella, probablemente no estuviera escribiendo este artículo.

 

El otro día leía en un foro de opinión en que se discutían las afirmaciones de la alcaldesa de Valencia sobre si era o no verdad que los políticos reciben regalos y si se podía o no considerar corrupción. Leí las opiniones de varios participantes y había desde luego para todos los gustos.

 

Y sí. Declaro que hoy he recibido varios regalos y todos tienen relación conmigo como persona política, pero de ahí a ser considerado corrupción va un largo trecho…

 

En principio llegó para mí una carta del mejor profesor que haya tenido, el que más admiro, don Andrés Sánchez Robayna, con quien tuve que contactar recientemente para formar la comisión que evaluó la figura de nuestro nuevo Cronista Oficial. La carta contenía una sencilla separata de sus poemas con una dedicatoria escrita a mano para mí, que me dejó totalmente estupefacta; de hecho todavía estoy flotando del impacto. Tan sólo el gesto proveniente de una persona por mí tan admirada me produce una sensación especial (y a lo mejor se llama “corrupción”, no sé).

 

No acababa de salir del impacto cuando me llega una amiga y me regala un Margaret Astor auténtico de color fucsia, mi color favorito (tengo decenas de barras de labios y sólo uno es de la calidad de M.A.), y me cuenta que la razón es que simplemente se siente agradecida de que cada vez que viene a mí en busca de consejos encuentra una puerta abierta o un hombro donde llorar y en estos tiempos no son cosas fáciles de encontrar, supongo (me pregunto si a mis amigas les ha dado ahora por corromperme).

 

Más tarde llega mi querido Erik, cuya sola presencia ya es un regalo, pero que no venía solo, no, que me traía un CD con canciones de Chavela Vargas a quien últimamente le tengo cierta veneración (¿Será corrupción escuchar la voz cascada de tanto beber tequila de esta lesbiana legendaria? A lo mejor es hasta pecado y todo).

 

Al mismo tiempo mi querida Rubi, que venía desde La Orotava cargada con sus abrazotes y su alegría a enseñarme que obtuvo el Postgrado por la Universidad de Valencia y a llenar mi espacio, que hace las veces de despacho y punto de llegada de todo y de todos, y por eso físicamente estrecho, pero procuro completarlo hasta los topes de gente de la buena…

 

Y si a eso unimos que cuando llego a casa todo es armonía y encima encuentro que una vieja compañera de carrera de la que no sé hace décadas me ha agregado al Facebook nada más estrenarlo –primero a Cristina Valido y luego a mí, muy justa elección en el orden- y que sigue estando guapísima y estupenda… Pues va a ser que la dichosa alcaldesa de Valencia tiene razón entonces.

 

Pero todos esos… ejem… “regalos” tienen de especial una cosa. Las personas que me los hicieron, por quienes tengo especial devoción, no pensaron en su propio beneficio, sino en mí. Y el regalo en sí es lo que menos importa a alguien que no es materialista como yo. Es el gesto lo que me llena de emoción. Juzguen entonces si recibir regalos como éstos es corrupción, y si así fuera, que me lleven presa ahora mismo. ¿O es que acaso la alcaldesa de Valencia se referían a bolsas de basura llenas de dinero a cambio de licencias y recalificaciones urbanísticas o de puestitos y enchufes? Pues entonces están apañaos. Me parece que una palabra tan hermosa como “regalo” se ha pervertido hasta el extremo por absorber definiciones tan negativas y habrá que revisar esos diccionarios.

 

Pues nada, gracias a todos por hacerme la corrupta más feliz del mundo. Gracias a Dios también por hacer que el día de hoy sea para mí un verdadero regalo.

NECESITO UN HOMBRE

NECESITO UN HOMBRE

A un compañero, Andrés, cuya fortaleza ahora admiro. Este texto es anterior a aquella convención de cargos públicos, en la que “si no lo veo, no lo creo”.

 

Andrés es un hombre. Andrés es “el hombre”, el “Hombre” con mayúsculas, el esperado, el deseado, el hombre soñado. Como su nombre indica Andrés es hombre, viril, valiente, ante todo masculino, con esa determinación que se espera del hombre valeroso, autosuficiente, guerrero, estratega…

 

Pero Andrés, bajo ese caparazón de impoluta mirada ingenua, alberga la duda y el asco. Todos los días se pregunta si lo que hace merece la pena, si todo el esfuerzo de tantos años de estudios brillantes tiene sentido para llegar al callejón sin salida en que ahora se encuentra. Se pregunta si por el maldito puñado de euros que lleva a casa cada primero de mes vale la pena malgastar sus amplios conocimientos y su valía, sus exquisitos modales y su sensibilidad sin límites.

 

Andrés se plantea constantemente su encrucijada de un solo camino con retorno a la nada. Andrés refleja en su dulce mirada clara la repulsa por la perversidad y la traición en la que se ve envuelto cada segundo y le cuesta fingir el desagrado que le produce haber tenido un pasado tan brillante para llegar a convertirse en un simple sicario, en un esbirro más, en un conspirador de tres al cuarto al que, por falta de práctica y por no tener una inclinación de pensamiento lo suficientemente vil, se le escapan burdos gazapos constantemente.

 

Andrés no sabe cómo ocultar a su familia el lodazal en el que naufraga su vida diaria. Sabe que ni sus padres ni su novia le perdonarían caer tan bajo después del esfuerzo y el esmero con que se ha educado en unos principios de honestidad, de lealtad que él no está cumpliendo, al menos no con todo el mundo… no con todo el mundo. Sus amigos tampoco entenderían adónde han ido a parar sus dotes de persona ejemplar.

 

A Andrés le crispa los nervios saberse el cuervo que le saca los ojos al amo y no se siente satisfecho y su garganta atenazada no profiere más que monosílabos adoloridos que salen de sus pulmones agarrotados por la angustia de una vileza que lo arrastra sin que pueda luchar  contracorriente. Andrés observa cómo día a día se va perdiendo su contacto con la vida normalmente ingenua que antes solía serle familiar y que ahora le resulta una desconocida.

 

Andrés cada noche se plantea cuánto tiempo más podrá aguantar este engaño y cada mañana, mientras anuda con pulcritud su corbata, simplemente, no se arma de valor, no hace honor al nombre que le pesa como una losa; ojalá pudiera llamarse cobarde y esconder la cola como un perro y echarse atrás y decir que no.

 

Andrés se culpa por no saber negarse, por ser bueno, por no ser valiente, por ser demasiado cómodo y por no buscar otra alternativa más llevadera y que le ocasione menos traumas. Andrés siente que su debilidad es infinitamente mayor cuanto más grande es la malevolencia que lo rodea, y siente, así lo dice la timidez de su mirada cabizbaja, que su sensibilidad se diluye y se evapora a pasos de gigante, dejando tras de sí un rictus de contrariedad y resignación.

 

Andrés “es justamente el hombre que necesito”.

 

¿Gallinas negras muertas a la puerta de mi casa? No, qué va, pero...: Camy en el país de los anónimos

¿Gallinas negras muertas a la puerta de mi casa? No, qué va, pero...: Camy en el país de los anónimos

Era lunes por la mañana. Apenas las nueve. Recién me estaba levantando para ir a desayunar al buffet cuando comprobé que alguien había averiguado más cosas sobre mi vida. Y es algo que me empieza a preocupar, que simplemente por ser un cargo público, tenga que ser el blanco de la mala leche y la envidia (¿?) de gente ruin que, contra los principios de la democracia, piensa que todos sus males se deben a que gobierna un partido que probablemente no es el suyo. Doy por hecho que son razones políticas porque mi vida personal es de lo más normal y no suelo hacer enemigos con facilidad. Por esas razones, en cuestión de tres semanas mi pobre coche recibió tres rayones en ambas puertas estando aparcado por fuera de mi propia casa. Anteriormente me lo rayaron en el mismo sitio sólo 48 horas después de sacarlo recién pintado del taller. Para consolarme, algunos policías a quienes les he comentado el extraño caso me han dicho que eso es normal cuando tienes un cargo así, que a ellos también les pasa, que la gente coge rabia sin más y les raya vehículos particulares sólo por hacer su trabajo, porque bien mirado alguien tendrá que hacer el trabajo sucio de poner multas y esas cosas, porque de lo contrario esto puede acabar como Jauja. ¿O es que alguien cree que a un policía le gusta poner multas para fastidiar a la gente, porque sí? ¿O que un político tiene ganas de ser blanco de envidias o su coche chivo expiatorio de las rabietas de la gente?

 

 Es raro, seguramente, que un cargo público, con la “influencia” que se le supone a tal, tenga miedo, o no sé cómo se puede llamar a esta inquietud de que las cosas puedan ir a más si no hago algo por detenerlas. Porque parece que las cosas terribles y de calado suceden sólo en el País Vasco, pero no en un pueblo perdido en el norte de una isla en el medio del Océano Atlántico. Sólo en el País Vasco, donde los cargos públicos salen a la calle acompañados de escoltas con gafas de sol oscuras, pinganillo camuflado en la oreja y una 9mm parabellum oculta bajo la americana negra, pero no en Icod, donde nunca suceden cosas más allá de manifestaciones de varios miles de trabajadores que se quedan sin trabajo porque las empresas que los empleaban están precintadas por el juzgado por delitos medioambientales, que no por falta de licencia.

 

Las nueve de la mañana del lunes en Breña Baja. Las niñas revoloteando por el apartamento a la caza y captura de la camiseta de asillas y el pantalón corto que a regañadientes cubra sus cuerpecitos de un sol ya inclemente a esa hora tan temprana, cuando me suena el móvil no sé por cuál de las dos líneas que alberga la tarjeta dual, si la privada o la corporativa. Es una voz de mujer, tal vez fingida (porque imposible que una mujer con la mente sana hable con una voz tan guanaja, como de demente o de borracha), que dice con acento canario: “¿Ya te cagaste por las patas pa abajo, puta?”. Tan canario, tan nuestro, que sólo me resta añadir con asombro lo de “¡Ños, qué precio!”.

 

No reconozco a la propietaria de esa ridícula voz, aunque es la misma que la semana anterior, también lunes a primera hora, me llamó a mi despacho y me dijo: “¿Ya te levantastes, puta?”, por lo que anduve preguntándole al electricista del ayuntamiento las razones para que una llamada no reflejara en la pantalla el número sino la palabra “exterior” y éste me comentó que es normal, que puede ser un número ocultado aposta. Que no le dé mayor importancia.

 

Como para no dársela… Cuando las cosas se convierten en costumbre, no puedo por menos que inquietarme. Una vez puede ser casualidad: alguien sin fundamento puede tener ganas de jugar a gastar bromas un lunes a primera hora, pero cuando ya averiguan mi número de móvil y tienen la calma de reincidir a la semana siguiente es para preocuparse seriamente.

 

Lo que me llama de veras la atención de esta interlocutora imprudente es la forma chapucera y poco inteligente de hacer las cosas. Y no sin cierta razón y no por ofender, dije lo de “guanaja”, “demente” o “borracha”, porque díganme a ver… ¿a quién se le ocurre hacerme una llamada anónima desde un teléfono fijo, de Icod para más señas, a mi móvil, cuando si hay chivatos eficaces hoy en día, ésos son los móviles precisamente? ¿Es que alguien todavía no se ha enterado de la eficacia de un móvil?

 

Pues sí. El susodicho número para mi sorpresa quedó grabado en la pantalla de mi móvil y me temo que no tardaré en descubrir quién se ha ensañado conmigo sin más motivo que el simple hecho de ser cargo público, quién me llama para insultarme cada lunes a primera hora y quién me raya el coche injustamente. Y no sé por qué tengo la sensación de que está más cerca de lo que imagino: porque en el país de los anónimos somos pocos y todos nos conocemos...