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La otra Camy

¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

Una noche de la semana pasada tuve que acompañar a mi marido a Urgencias por una fiebre excesiva. Así que terminé de preparar la cena, les serví a mis niñas sus respectivos platos y avisé a mi madre para que se ocupara de darles de comer y acostarlas en lo que yo regresaba, previendo que podría tardar varias horas, habida cuenta de que a veces hay muchísima gente en Urgencias. Yendo de camino al Centro de Salud, tan hipocondríaca como soy, me iba imaginando a todos en mi casa muertos por el virus de la gripe A. Pero al llegar allí, no encontramos esa gran cantidad de gente que normalmente acude en un día cualquiera a esa hora por lo que nos atendieron enseguida. Total, que no era tampoco la gripe A y fuimos a la farmacia de guardia a comprar un medicamento y en sólo tres cuartos de hora estábamos de vuelta.

 

Al llegar a casa encuentro a mi madre desenredando una cadeneta de croché con mi niña mayor, y escuchando en la tele en un programa que llaman “La Traquina” a una señora hablando de un problema de desobediencia al profesorado sucedido en un colegio de por ahí cerca. Sirvo la cena y me pongo a comer mirando distraídamente a la tele cuando de pronto aparece en lo bajo de la pantalla un mensaje diciendo algo así como “Diego eres más falso que un billete de 1 euro”. Me hizo gracia, pero no tanto el mensaje sino la atención y la intención de quien lo envió: “¡Qué fijación tienen algunos siempre con lo mismo, por Dios! ¿No ves que está hablando de otro tema, la desobediencia de los chicos en el cole?”

 

Yo nunca veo ese programa de televisión ni ningún otro, y no tanto por falta de tiempo sino por exceso de repugnancia hacia lo que ofrecen y permiten en algunos programas y canales en general. Pero normalmente, el día de la semana que llevo a mi madre hasta el pueblo cuando va a enramar al cementerio, ella (que todavía parece que no está suficientemente escaldada de aquella vez que el propio director de ese mismo canal de televisión mirando a la cámara dijo que “todos los concejales de Icod son unos hijos de puta”) me habla de todos los mensajes que llega a contar en un sólo programa, todos insultantes contra el alcalde de Icod, y me describe sus contenidos. ¡Qué casualidad que ningún espectador hable a favor del alcalde! Es hasta extraño. Para mí que hay alguien que se dedica a “invertir” verdaderas cantidades de dinero –a razón de 4 mensajes por 6 euros- en insultar al alcalde y hacer parecer que vivimos en el peor sitio del mundo. Si hubiera sido hace cuatro años lo comprendería, pero no voy a hacer aquí una lista de las cosas que se han hecho en estos dos años y medio desde que gobernamos en el ayuntamiento, a diferencia de la transparente capita de piche que ponían un par de meses antes de las elecciones los que nos precedieron en el gobierno, porque evidentemente éste no es un balance preelectoral y nadie es bobo para no ver el vuelco. Icod está abierto en canal con tantas obras. Otra cosa es que la gente que lee estos mensajes crea lo que lee y piense lo contrario de la realidad.

 

Distraída pensando en esto, atienden a otra señora llamada María (¡Qué casualidad de nombre! Todas las anónimas se llaman igual, ¿verdad, mamá?), que creo que llamaba de Tacoronte para quejarse de que en su calle faltaba una bombilla. Y dije en voz alta: “¿Y en Tacoronte no hay un concejal al que quejarse de estas cositas, que la gente llama a la tele?” De todas formas que yo sepa a Icod no han llamado nunca los presentadores de ningún programa de televisión para sugerirnos arreglar la bombilla de turno. Si no son intermediarios entre vecinos e instituciones y encima cobran dinerales por esos mensajes que a veces deberían ser objeto de denuncia, entonces ¿qué función tienen programas como éstos que no sea sembrar el malestar y la confusión entre los espectadores? Acaso el enriquecimiento a costa de ciudadanos incautos.

 

Cuando terminé el último bocado, ya mi madre se había vuelto a su casa, así que apagué la tele y ahí se habría de quedar arrestada por un tiempo. Desde que mis niñas descubrieron que pueden ver dibujos animados a la carta en youtube, el viejo televisor Nokia pasa largas temporadas apagado como el objeto inservible que es por el que nadie siente ya ni la más mínima curiosidad. Cuando se produzca el apagón analógico, hipocondríaca como soy para estas cosas, probablemente este viejo trasto que me ha acompañado como regalo de bodas perfecto acabará en la basura y ninguna sustituta de pantalla plana vendrá a ocupar su sitio. Por quien más lo sentiré será únicamente por los vendedores de televisores de plasma, porque… ¡bendita ignorancia la de no conocer los contenidos de tan vil aparato!

JUAN Y SU MÓVIL (Cuento en versión subtitulada)

JUAN Y SU MÓVIL (Cuento en versión subtitulada)

Estaría bueno que yo, teniendo un blog, no escribiera un artículo de blog de esos que no interesan a los medios serios, cuando otros que no lo tienen escriben para llenar blogs ajenos. A sugerencia de un buen amigo, les contaré un cuento que se llama “Juan y su móvil” (guiño, mi niño), la  versión subtitulada de un cuento aparecido en uno de tantos blogs.

A primera hora de la mañana del pasado lunes día 5 de octubre (aclaración: para el portavoz del PSOE, ahora que está liberado, cobrando de la consejería un sueldo que necesitan otros pobres maestros que están en paro, dicen que para atender funciones políticas, la primera hora es aproximadamente las 10.00 de la mañana, buena hora para mí, que tenía que esperar a culminar el expediente y convocatoria de un pleno para notificarlo), a esa concreta hora dicho portavoz del grupo municipal socialista recibe una llamada de cortesía -pero totalmente interesada- de la concejala de régimen jurídico, Camy Domínguez, no para informarle de que al día siguiente hay pleno, puesto que ésa no es su competencia, sino para cerciorarse de que dicho portavoz está o no dispuesto a recoger la convocatoria de sus propios compañeros de partido como hacía el anterior portavoz, pues, según rumores que le han llegado esa misma mañana, el nuevo portavoz que no tiene otra cosa que hacer que dedicarse a la política no está dispuesto a recoger sino su propia convocatoria. Después de confirmarle la hora de la convocatoria, ella le pregunta: “¿Dónde estás tú para llevarte los papeles?” Y él contesta que está en la cafetería del campo de fútbol pero dentro de un rato irá para su casa. Pero ni una sola mención al motivo de la convocatoria cosa que no hubiera sido un problema pues la tenía en mis manos.


La concejala, que no ha llamado para informarle nada sino para rentabilizar los recursos humanos municipales, le pregunta que si él mismo puede recoger la convocatoria de los nueve concejales socialistas ya que no hay notificadores para realizarla y tiene que tirar del conserje para hacer esta función, dejando desatendido el ayuntamiento en cuanto al conserje se refiere. A lo que el portavoz contesta que ya ha hablado con la secretaria y que no va a recoger ninguna convocatoria de ningún compañero. Ella le dice que no sea así, que si para eso es que se ha liberado, e insiste en que no tiene notificador. Él contesta que ya se lo dijo a la secretaria y que pase el notificador por casa de todos los compañeros y si alguno no la recoge entonces y sólo entonces sí la firmaría él. Y añade que “ustedes cuando estaban en la oposición hacían lo mismo”. Ella contesta que eso no es verdad, que ella misma firmó por sus compañeros en muchas ocasiones para agilizar la labor al notificador, que venía a veces a las 6 de la tarde y esas firmas están en los expedientes de las respectivas convocatorias para corroborarlo. La concejala insiste en que si no va a colaborar y que si para eso es que se ha liberado. Y él repite el mismo argumento. En vista de que no consigue colaboración por parte del portavoz, la concejala cuelga el teléfono, se caga en to’ lo que se menea y manda al notificador a casa de todos y cada uno de los miembros del PSOE. La persona que está en su despacho, atenta a toda la conversación, también se va a su lugar a seguir en su trabajo.

Cuando el conserje regresa con la hoja de firmas después de haber convocado a los miembros del pleno, la concejala comprueba que el anterior portavoz ha recogido las convocatorias de varios compañeros. Unos minutos después el actual portavoz socialista se presenta en el Ayuntamiento para interesarse por la convocatoria y saluda a la concejala Camy Domínguez y le dice “ya tengo la convocatoria”. “¡Ah, bien, estupendo, gracias!” Ni se le ocurre a ésta pensar en la versión del cuento que se estaban preparando a su costa.

Hasta ahí mi versión de lo sucedido. Ustedes crean lo que quieran. Es su versión contra la mía. Y sí, Cheo, efectivamente, para otra cosa no sé, pero para portavoz prefiero al anterior que por lo menos tenía consideración con los técnicos y trabajadores municipales, no haciéndolos trabajar por gusto o dejando en entredicho su labor, porque si hay una cosa que tengo clara es que cuando los políticos nos vamos, los técnicos se quedan y el ayuntamiento sigue funcionando. Dentro de la cordialidad habitual a la que estaba acostumbrada con el anterior portavoz, un empresario que no estaba liberado, a veces, con tal de facilitar las labores de notificación, se acercaba él mismo al ayuntamiento a recoger las convocatorias de sus compañeros. Con este nuevo no vale el buen rollito. Hay formas y formas de hacer las cosas y yo tengo entendido que una cosa es hacer oposición y otra hacer obstrucción y me hace mucha gracia que este muchacho saque de quicio, basándose en aspectos formales en los que todos nos podemos equivocar, un tema como el convenio con una empresa que viene a resolver el caos circulatorio que creó el anterior gobierno que él mismo dirigía y en el que el ayuntamiento se ha gastado en pintado de pasos de peatones, semáforos, policías y demás lo inimaginable.

También me hace gracia que quisiera que se les comunicara el pleno en la procesión, cosa totalmente absurda y hasta complicada. Yo me pregunto qué se le puede comunicar a un grupo que asiste a una procesión y que se aleja 50 metros para atrás respecto al resto de miembros corporativos, seguramente como estrategia para dar una impresión de una corporación distinta con su propio alcalde o tal vez de un grupo de gente que no sabe cuál es su puesto en un desfile, como me han dicho algunos. Si es que podríamos decir -y mucha gente corroborarlo- que no coincidimos en toda la procesión sino sólo en el brindis que amablemente nos puso Bienve en su salón cuando llegamos a El Lomo. La banda de música de La Guancha puede dar fe de que iba bastante separada del resto de la procesión debido a la distancia que los miembros de la oposición mantenían respecto al grupo de gobierno. Es que en una de éstas sentí que la banda estaba muy cerca, miré hacia atrás y le dije al alcalde que tenía muuucho frío y éste, percatándose del sentido figurado, me preguntó si los concejales del PSOE se habían ido, yo di por hecho que sí, pero más tarde los volvimos a ver nuevamente detrás, siempre muy detrás.

Entienden que seguramente es que en esos días el pleno no lo teníamos previsto porque incluso la concejala de régimen jurídico, Camy Domínguez, a la pregunta el mismo lunes sobre el motivo de la convocatoria contesta, según dice el portavoz socialista, que no lo sabe, lo que les hace dudar al tratarse de una concejala liberada que debería tener conocimiento por su delegación y estar al día de la gestión administrativa municipal. Aquí queda en entredicho si la versión del portavoz es cierta o no y será con razón, porque no conocían aún la mía.  Y es que esa pregunta y esa respuesta nunca salieron en esa conversación. También aquí se contradice el portavoz o no conoce la trayectoria de su propio grupo.  ¿En qué quedamos? ¿No era que la concejala de régimen jurídico no estaba liberada y su sueldo se había suprimido?

Y si, como dice, todos los liberados deben saber de toda la gestión administrativa municipal ¿cómo es que hay tantos “yo no sé” por contestar en el juzgado (DP 736/2007)? ¿Amnesia selectiva e interesada, tal vez? Pues la mía también podría serlo si esa tal pregunta hubiera existido. Pero viene a resultar que a lo mejor no conozco otros expedientes pero sí sé que se iba a hacer una rotonda ahí desde el mismo momento en que mi compañero Tino tuvo las primeras conversaciones con la empresa y me contó de este logro para nuestro municipio.

Juzguen ustedes la tajadita política e informativa (“el tantito” que llamaba el señor Rolo en el pasado mandato) que sacan algunos de esa demandada “mayor comunicación entre los grupos políticos” y que yo no recuerdo haber catado cuando estuve en la oposición. Cuando quieran les enseño artículos anteriores en los que me quejaba de haber dejado a una clase completa del Manuel de Falla sin hacer un examen de recuperación al que tenían derecho porque me convocaron a un pleno a media mañana.

Icodrago

Icodrago

"Nada será igual si no me miras". A Erik, con cariño

Venía conduciendo aquella noche por la avenida bajo la luz de una luna impresionante y con la música del reproductor de CDs de mi coche cortando suavemente la oscuridad. El vacío en las calles y el sonido tranquilo me trajeron el recuerdo de formas voluptuosas y colores chillones. Mi mente evocaba cada milímetro de lienzo, la voluptuosidad de las curvas, la agudeza de hojas inofensivas, de dragos en todas sus facetas y profundidades, una panorámica con nuestro drago de fondo, unas personas sentadas en el banco frente a él que al mirar fijamente te hace sentir una miopía galopante. O el llamativo drago carnavalero con una mancha redonda de color rosa fosforito muy alegre y desafinando con el entorno. A su lado un señor con cara enfurruñada miméticamente tumbado sobre las raíces del viejo drago. Pedrito pasa la yema de sus dedos a un escaso milímetro del contorno de la figura del viejo gruñón, como procurando no despertarlo para mostrarme lo que acaba de descubrir y que yo conozco desde hace mucho tiempo. Pedrito, que tiene unas nociones de arte que no coinciden con las de todo el mundo ni tienen por qué, se escandaliza de una madera con esbozos cubistas de una dracaena y de un drago oscuro con pájaros semejantes a los trazos de Miró en colores chillones que se expone a su lado. Por allí están los majestuosos dragos de Jaime, uno que flota sobre un cañaveral y otro perdido en la profundidad de marcos concéntricos, y uno de Javier Huerta rodeado de notas musicales que sirvió de cartel a los Encuentros del Drago y la rama de José Luis con un llamativo cielo amarillo y a su lado el realismo y la fuerza de una rama con esos tonos anaranjados de recién deshojada como virginal doncella. En aquel lado también un tríptico de vertiginoso ramaje. Y la callecita empedrada que pasa delante de la casa de la Inquisición sobre cuyo tejado apenas se adivinan las zarpas del legendario dragón. Dos hombres desnudos en una suave y sórdida escena de desamor bajo el drago y junto a ellos un cuerpo desnudo de mujer envuelta en una escena onírica impresionante en la que predomina otra vez el drago lejano cubierto de lo que parecen ser frases inefables. En el escenario las paces de los menceyes… o lo que queda de ella: la escena central en la que todavía permanecen los tres elementos cuya presencia es absolutamente necesaria: el drago, la muerte, el verode… y la emoción de sentir que vas a ser inmortalizada por un objetivo que te mira mientras lo observas atentamente.

 

Conversaciones

Conversaciones

“Si miras por las rendijas ventriculares de la máquina engañosa del canto homérico, verás mil bronces aqueos acechando el descuido de los teucros”. Las dos fulgurantes esferas inquietas reclaman una y otra vez las respuestas jamás pronunciadas. Sólo obtienen la intención -o tal vez fue otro ardid de Odiseo- del roce truncado por la razón que no puede imponerse a la caricia de las miradas.

La mirada: el elixir de la eterna paciencia

La mirada: el elixir de la eterna paciencia

Porque ahora sé que me sigues

Un interrogante ronda por los intersticios de mi cerebro. ¿Fue real o imaginario? Un atisbo de advertencia queda suspendido en la esfera una y otra vez escrutadora. Y signos de interrogación inundan toda la sala y se cuelan por las rendijas y llenan todo el espacio conocido como rayos de sol que abrasan mi piel. Vuelvo a posar la mirada en la nítida superficie que me sonríe con esperanza, una esperanza que invita a la imitación: “Ssssssh, espera”.

Maricón el que no baile

Maricón el que no baile

Un especial recuerdo a mis compañeros de la comisión del 86 y especialmente a Carlos y a las proveedoras. También a Monsita, por aguantar todo el camino.

 

Últimamente, cuando voy por ahí y veo algunos detalles de las fiestas de los barrios, me da por acordarme con añoranza de las agridulces penurias que un grupo de doce chiquillas de mi barrio, Santa Bárbara, sufrimos haciendo las fiestas del año 1986 y en lo que se han convertido las fiestas de barrio en estos días.

 

Recuerdo que para tener el papel de seda listo con el que adornar en el mes de agosto las plazas y recorridos de todo el barrio, mis compañeras proveedoras y yo previamente decidimos muy por unanimidad y sin muchas disquisiciones ni argumentos a favor o en contra que de los que había, los colores más bonitos eran el blanco, el rosa chicle y el azul turquesa. Todo valía siempre y cuando no se eligiera el rojo, que tenía fama de desteñir si se mojaba, pues todas recordábamos la blusita (en mi caso una sudadera rosa a la que le tenía especial cariño) que se nos había echado a perder de manchas rojas en la fiesta del año anterior el domingo durante la procesión nocturna. Y como en agosto, mes por excelencia de las cabañuelas, es inevitable que caiga una llovizna fina o un torrencial aguacero, estos colores que elegimos eran bastante inocuos, por lo que, con los primeros fondos que conseguimos de la venta de las rifas del cochino en los días previos a la pelana del 85, compramos manillas y manillas de papel de seda blanco, rosa y azul, que luego, sin que nadie nos marcara las pautas de nada, porque dicen que “burro cargado busca camino”, los recortábamos diseñando sin usar el lápiz complicados dibujos e iniciales en la superficie y luego los pegábamos en una tendedera de hilo plástico cuyas liñas, muy pegaditas entre sí, medían unos 12 metros de longitud. El pegamento simplemente era una curiosa pasta de harina y agua en cuya fabricación muchas de mis compañeras eran verdaderas expertas.

 

Pasábamos tardes verdaderamente felices, entre los callos doloridos de empuñar las tijeras, los confettis de formas inimaginadas, pero siempre de tres colores, las risas, los chismorreos y las manchas de pasta de harina. A la que le tocaba “dar la pasta” pasaría la tarde con las manos frías y empegostadas y varios días con la piel arrugada y áspera, pero las había que preferían esto antes que el callo que se te formaba en el dedo de tanto recortar.

 

Recuerdo que la pasta llegaba a adherirse al suelo de cemento apisonado con tal ahínco que era imposible arrancarla una vez que se enmohecía y se ponía negruzca. Todavía no sé cómo se las ingenió Carlos para arrancar aquellas plastas del suelo del salón.

 

Al día siguiente de hacer una tanda, cuando ya estaba seca, recogíamos la colada tricolor, doblándola y colocándola cuidadosamente en grandes cajas que apilábamos en una esquina. Y otra vez vuelta a tender.

 

Ya por marzo o abril teníamos arrinconadas muchas cajas. A una de las compañeras se le ocurrió hacer recuento de lo que habíamos almacenado en las cajas para saber lo que nos quedaba todavía por hacer y equilibrar así los colores. Fue entonces que descubrió que las primeras cajas, que llevaban unos 5 ó 6 meses almacenadas, estaban siendo pasto de los ratones, tal era la fina calidad de la harina que usábamos para hacer la pasta. El destrozo fue tanto que, por prevenir que no fuera a más, nos vimos obligadas a encaramar las cajas sobre el pequeño cuartito que nos servía de baño para que los roedores no las alcanzaran.

 

Hormiguitas hacendosas como éramos, conseguimos remontar este desastre y preparar más papel del que habitualmente se hacía en otros años e incluso fabricamos flores y una piñata que incorporar en el festival infantil.

 

Así llegó la fiesta de agosto de 1986. El jueves de la fiesta, después de la rama que antes se iba a buscar en lunes, comenzamos desde el amanecer a colocar el papel en las plazas formando como un ajedrez tricolor. Primero engalanamos la plaza grande, hoy dedicada a Don Mauricio, y luego la plaza de arriba, hoy inexistente como tal y que dará paso a lo que será en el futuro nuestra nueva plaza. Al final, con lo que quedara y sin tanto esmero, adornaríamos las calles, que se hacía a lomos de una escalera, pero eso era cosa de hombres, porque las proveedoras tendíamos en el suelo las tiras de papel amarradas a una guía que luego descendería poco a poco por un puntal hasta colocarse de techo en la plaza.

 

Ese jueves de agosto el sol se pasó tres pueblos (en Icod el Alto también había fiesta), por lo que literalmente nos achicharramos al son de la orquesta los Rocker’s, que sonó incansable durante todo el día en los altavoces de Radio González, hasta que allá a las seis de la tarde le dijimos a Argelio si no tenía otra cinta y nos contestó que es que acababa de llegar gente nueva que no la había oído todavía. Por la noche fuimos al baile con las caritas rojas superquemadas, pero felices porque toda una lluvia de felicitaciones nos llovió por la elección de los colores y el buen gusto empleado en la colocación y distribución de los mismos y también por las flores, que ponían el toque innovador por excelencia.

 

Al día siguiente, el viernes, también nos llovió, lluvia de la otra, durante la verbena de esa noche, un chubasco de los que hacen época, que dio al traste con los pelopinchos que tanto me costó ponerme tiesos para esa noche y especialmente con los hermosos contrastes tricolor que nos costaron un año de trabajo y muchos callos y manos ásperas y arrugadas. Y ya en casa tuve que habérmelas con la angustia de ver cómo los goterones que se filtraban por el techo de mi habitación mojaban una vez más mis libros y mis cosas más queridas, sumándose a la congoja de imaginar las liñas peladas, ya sin papeles ni pasta siquiera que los pudiera retener en su sitio.

 

Al día siguiente, sábado y por la mañana, tras la monumental mojada nocturna y después de ver el destrozo, hicimos la subida de los Cestos y Bollos con un poco de desánimo. Era uno de los primeros años en que se subía con traje típico y el recorrido era un poco más largo porque entraba por la calle derecha y subía por Siervo de Dios y Calle Los Reyes. Al llevar las manos sujetando el cesto de plato, los refajos se te enredaban entre las piernas por las empinadas cuestas y nadie te relevaba por la novelería de salir en la foto portando un bollo como ahora, porque tampoco había tantas cámaras y ni a veces una madre que nos acompañara en el recorrido con una triste botella de agua. Yo, además de los 7 kilos de mimbres trenzados, pan sin levadura, flores de celofán de colores varios, 40 figuritas de azúcar auténticas -de las que hacían las monjitas- espichadas en sendas cañas primorosamente cortadas por mi padre y 104 cintas de colores con sus bordados, recortadas y rehiladas por mi abuela, encima tuve que cargar, literalmente, con Monse vestida de maga, de apenas cuatro añitos, la mayorcita y más aparente para el cargo de acompañante que pude conseguir, colgada de una cinta amarilla y fea que doña Obdulia se debió dejar suelta tal vez adrede para servir a este menester y que cada vez era más larga de los tirones que le daba aquel pobre angelito con traje villero.

 

Y después de la colocación de los Cestos y los Bollos en la media naranja, cómo no, el baile, el mejor de toda la fiesta. Había que bailar toda la noche pero, como no podía ser de otro modo, esa noche me molestaron los jodidos zapatos, aquella imitación de converse all star demasiado bajos para el puente de mis pies, con lo que pasé ratos sentada escuchando la mejor orquesta del momento elegida para la ocasión, Los Dinámicos, conducida por supuesto por Pepe Benavente. Pero al final del baile, allá a las tres de la madrugada, cuando todos se fueron a descansar, nos convocan a todos los miembros de la Comisión de Fiestas a reponer –como había de sobra- toda la plaza de los papeles estropeados por la lluvia, dado que al día siguiente era el día grande y eso no se podía presentar así, de cualquier manera. Y además, barrer la plaza con aquellas escobas tan típicas que ya empezaban a mostrarse demasiado ajadas para tan pocos días de uso.

 

No recuerdo a qué hora me acosté esa noche. Sólo sé que a las 8 de la mañana del domingo había que estar en El Pino, vestida de maga, con un ramo de gladiolos amarillos y desfilando delante del Regimiento, por supuesto a paso de soldado, hasta la casa de Tinito, o lo que es lo mismo, aproximadamente un kilómetro. Luego de allí con las autoridades hasta la plaza, aguantar toda la misa con un sol adormecedor dándote en la cara mientras los soldados que escoltaban el altar, en posición de firme, pero a la sombra, se tambaleaban hasta caer desmayados de puro agotamiento… Uno,… otro,… otro… La gente ya más pendiente del rostro de los escoltas que del sermón.

 

Luego venía la procesión, el almuerzo con los soldados a los que dábamos jaque mate porque con el sueño atrasado que ya arrastrábamos a nadie se le ocurría ponerse a ligar con un soldado pletórico que probablemente habría dormido toda la noche a juzgar por el palique (Me acuerdo de un soldado palicoso y de una carne de conejo divina). Después del almuerzo, había que bailar con los soldados, que para eso éramos chicas casaderas y derrochábamos esa gracia y ese verbo con doble sentido aprendido después de un año de camaradería. Luego el rosario y la procesión y al final nos mandaban para casa a quitarnos los atuendos típicos para venir de calle al festival por la noche “porque actuaban Los Sabandeños”. Y el lunes tempranito… a barrer, por la tarde a servirle aceitunas y refrescos a los ancianitos y por la noche… el baile. Y el martes tempranito… a barrer y por la tarde la pelana y el baile hasta altas horas. Y el miércoles ya no tan tempranito… a barrer, y a jubilar las escobas que ya no daban más de sí.

 

Paso página.

 

Hace unos días estuve observando un grupo de mujeres de la comisión de fiestas de mi barrio que animadamente hacían flores de papel de todos los colores mientras despotricaban y hablaban de todo lo que se movía y lo que estaba quieto, mientras unas chicas más jóvenes, las proveedoras, colocaban el producto en alegres tiras. Después vi a una de ellas barriendo con una escoba y comenté con la bibliotecaria los años que hacía que no veía una escoba de éstas por aquel territorio y ciertamente algo se me ha alegrado en el interior, como si un tiempo añorado regresara para quedarse.

 

Ustedes dirán ¿a qué viene eso de “añorado”, si hoy todo es mejor? Los papeles vienen ya hechos y son plásticos, preparados para lluvia y sol y no destiñen; Nadie se levanta temprano a barrer porque papá Ayuntamiento te manda la barredora (cuando funcionan los trastos que heredamos, claro) con sólo mencionárselo a un concejal, el que sea; y para entretener a los soldados están preferiblemente la reina, la miss y toda su corte de honor, que son las chicas más guapas del lugar en ese año.

 

Y es que, desde hace algún tiempo, apenas al principio de mis años de concejala en la oposición, un día comentaba un compañero que la fiesta de tal barrio la llenaron por todas partes con la bandera del ayuntamiento porque claro, el presidente de la comisión era tal persona, simpatizante del alcalde socialista y había que reírle la gracia y no poner las banderas habituales. Luego comentaban que en otro barrio un simpatizante de CC, como era presidente, puso los papeles de la plaza de los colores de la bandera canaria. Después que no sé quién que era presidente de no sé qué fiesta los puso de rojo y todos a comentar a continuación que menos mal que siendo plásticos no se desteñían al mojarse… Y poco a poco, he ido observando que rara ha sido la fiesta a la que yo haya ido en la que no aparecieran los papeles y las banderas subliminalmente representando a un partido político y cosas por el estilo que hacen que la fiesta deje de ser algo inocente, sano y divertido para convertirse en una batalla política sin sentido. Lo que no sé es si los presidentes tienen en realidad tan arraigados los colores de este o aquel partido o es que hay alguien que anda por ahí moviendo los hilos invisibles de lo que no son sino simples marionetas. Pero ya luego el tema se ha venido extendiendo a algo más que los colores. También se observa en las formas y en algunos casos la politización de algunas fiestas llega a ser tan feroz que se llega a extremos de no razonar y actuar de forma incoherente y hasta patética.

 

Ejemplos horrorosos de no saber diferenciar la politización de la política y la fiesta y la diversión sana de todo lo otro son los últimos acontecimientos de este verano. Menos mal que yo cuando eso no estaba, aunque en los días previos podía fácilmente preverse el desastre, pues, con más retortijón de tripa que gozo en el alma, leí en un curioso documento cómo decía una concejalA miembrA de un partido político, que, metida a filóloga por obra y arte de algún espíritu kamikaze, nos ilustraba con consignas como que la palabra fiesta provenía del vocablo latino festum, dejando en su intelectual delirio tan boquiabierto a todo el barrio, que ella misma “no se dio cuenta” de que quien tenía que representar al ayuntamiento y al municipio en ese documento era, en definitiva, su alcalde y no ella. No conformes con esto, me contaron luego que los miembros de la comisión de fiestas se dieron a la enajenación mental de ignorar la presencia del alcalde en los actos para así "fastidiarlo porque como no les caía bien"…, como si el alcalde fuese la persona que está ahí sentada estoicamente hasta cuatro y cinco horas en un acto y no la noble institución a la que representa, como si sólo fuera el alcalde de unos pocos vecinos y no representase a todos los ciudadanos por quienes ha sido elegido democráticamente. Me hizo hasta gracia el otro día que, hablando con una concejala güimarera de la oposición, le comenté que alguna vez conocí a “tu alcalde”, a lo que me espetó “ése no es mi alcalde”. ¡Uff! Pues yo cuando estaba en la oposición sí tenía muy claro quién era mi alcalde y el de todos los ciudadanos de mi pueblo, hasta que las urnas dictaron otra cosa. Hoy por hoy mucha gente parece no tenerlo tan claro. Creo que nos debemos estar volviendo un poco locos para que la actitud de un vecino puede llegar a dejar en entredicho a todo un barrio y como mínimo y especialmente queden cagados todos los miembros de una comisión de fiestas que se pasan un año trabajando para conseguir fines tan patéticos como esta politización incoherente. (Por lo menos hoy por hoy ya tenemos a esta comisión como ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas).

 

¿Y qué me dicen de meter a pregonero de una fiesta donde nunca antes había habido pregones a un señor venido de fuera simplemente porque es delegado del gobierno y representa a un partido? ¿No hay otras personas válidas que digan un pregón que no sean políticos? Resulta como un poco insólito, ¿no?

 

 

Pero me hace gracia sobre todo cuando por ejemplo al acabar la fiesta de 2008 no haya gente dispuesta que tome el relevo para hacer la fiesta del 2009 o del 2010 y, sin embargo, sorprendentemente, sí haya comisión para el 2011, y la excusa típica es que hay una promesa que cumplir y casualmente quien tiene la promesa que cumplir es, como no, "un destacado simpatizante". ¿Cómo le vas a negar a un vecino que cumpla una promesa? ¿Qué pasa? ¿Acaso el 2011 es año electoral y desde algún partido político se puede aprovechar para repartir votos en bolsas de basura el día de reflexión haciéndose pasar por una comisión de fiestas? Es increíble que exista la mezquindad hasta esos extremos, pero existe, vaya si existe. Conozco anécdotas tan sumamente sorprendentes como divertidas.

 

Y es que ya no es sólo la fiesta. Poco a poco he ido viendo cómo la politización ha ido ganando terreno en todas las facetas de la vida diaria de los ciudadanos que me rodean y me preocupa adónde irá a parar de seguir así. Vemos politización en las asociaciones de vecinos, en los clubes deportivos, hasta en las cafeterías. Allá donde va la gente va el fantasma de la politización siguiéndola como un estigma entrometido empeñado en colarse e impregnarlo todo con sus pringosas manos. Porque si hay algo nocivo en todo esto es que sin darnos cuenta cada vez más seremos dependientes de quien nos politiza. No nos servimos de la política para convertirnos en ciudadanos libres, sino la política se sirve de nosotros para esclavizarnos y hacernos pasar por situaciones bochornosas, que nos restan valía como personas.

 

Yo puedo decir que en ese sentido viví una época más libre y, aunque nací cuando Franco daba ya sus últimos estertores, no me crié en esa esclavitud que ahora funciona a mi alrededor, esa esclavitud que hace que muchos ciudadanos -de mi generación y mayores- estén de contino pendientes de transmitir con cualquier excusa mensajes políticos subliminales, o, en el caso contrario, que vean esta politización como cosa normal, no siendo capaces de captar detalles que pueden pasar desapercibidos para quien no los vea con ojos críticos. Así me pasó el otro día con un compañero, que me dice sinceramente convencido al ver la decoración de la plaza de un barrio: ¡Ay, Camy, qué bonitos los papeles! Sí, “la revolución naranja”, qué bonita, no te jode. ¿No ves que el presidente de la comisión es “simpatizante”?

 

Ya sé que a muchos les parecerá mal que yo lo diga, por aquello del cargo y esas boberías, pero soy consciente de que puedo ponerme en un punto de objetividad que a muchos en mi lugar les costaría asumir: La política es una cosa y la politización es otra bien diferente que mete todo lo que toca en una espiral de destrucción, de perniciosa dependencia, en un proceso corrosivo donde las personas son fácilmente manipulables. Francamente, tenemos que lograr que la política sea para los políticos y conseguir que las fiestas y otros eventos hoy tan vergonzosamente politizados sean ajenas a ello, organizadas por el pueblo, con o sin ayuda externa, pero de haberla, esa ayuda no debe ser el yugo de la politización que nos obligue a arrodillarnos ante ella y adorarla. Y debe ser la sociedad la que construya la política y no justamente a la inversa. Creo que nunca es tarde si lo que queremos es librar a nuestra sociedad de esa nefasta lacra que es la politización que nos rodea.

 

Por eso un sencillo gesto, que seguramente nadie a lo mejor lo percibió, fue ese que vi la otra tarde cuando las mujeres de la comisión de fiestas de mi barrio hacían flores de papel y mezclaban en la misma liña naranjas con violetas, verdes con amarillos, blancos con rosas en una alegre explosión de color y en ningún momento me pareció ver simulación de banderas subliminales. Me resulta agradable aunque sólo es un minúsculo pasito, un pequeño rayo de luz, porque de oscuridades… podríamos hablar.

 

Sí, es cierto, Rita, yo también recibo regalos

Sí, es cierto, Rita, yo también recibo regalos

Reconozco que no soy una persona materialista pero hoy me ha resultado un día muy gratificante en relación con algunas cosas materiales. No sé si la política tenga o no que ver como circunstancia, pero de no ser persona relacionada con ella, probablemente no estuviera escribiendo este artículo.

 

El otro día leía en un foro de opinión en que se discutían las afirmaciones de la alcaldesa de Valencia sobre si era o no verdad que los políticos reciben regalos y si se podía o no considerar corrupción. Leí las opiniones de varios participantes y había desde luego para todos los gustos.

 

Y sí. Declaro que hoy he recibido varios regalos y todos tienen relación conmigo como persona política, pero de ahí a ser considerado corrupción va un largo trecho…

 

En principio llegó para mí una carta del mejor profesor que haya tenido, el que más admiro, don Andrés Sánchez Robayna, con quien tuve que contactar recientemente para formar la comisión que evaluó la figura de nuestro nuevo Cronista Oficial. La carta contenía una sencilla separata de sus poemas con una dedicatoria escrita a mano para mí, que me dejó totalmente estupefacta; de hecho todavía estoy flotando del impacto. Tan sólo el gesto proveniente de una persona por mí tan admirada me produce una sensación especial (y a lo mejor se llama “corrupción”, no sé).

 

No acababa de salir del impacto cuando me llega una amiga y me regala un Margaret Astor auténtico de color fucsia, mi color favorito (tengo decenas de barras de labios y sólo uno es de la calidad de M.A.), y me cuenta que la razón es que simplemente se siente agradecida de que cada vez que viene a mí en busca de consejos encuentra una puerta abierta o un hombro donde llorar y en estos tiempos no son cosas fáciles de encontrar, supongo (me pregunto si a mis amigas les ha dado ahora por corromperme).

 

Más tarde llega mi querido Erik, cuya sola presencia ya es un regalo, pero que no venía solo, no, que me traía un CD con canciones de Chavela Vargas a quien últimamente le tengo cierta veneración (¿Será corrupción escuchar la voz cascada de tanto beber tequila de esta lesbiana legendaria? A lo mejor es hasta pecado y todo).

 

Al mismo tiempo mi querida Rubi, que venía desde La Orotava cargada con sus abrazotes y su alegría a enseñarme que obtuvo el Postgrado por la Universidad de Valencia y a llenar mi espacio, que hace las veces de despacho y punto de llegada de todo y de todos, y por eso físicamente estrecho, pero procuro completarlo hasta los topes de gente de la buena…

 

Y si a eso unimos que cuando llego a casa todo es armonía y encima encuentro que una vieja compañera de carrera de la que no sé hace décadas me ha agregado al Facebook nada más estrenarlo –primero a Cristina Valido y luego a mí, muy justa elección en el orden- y que sigue estando guapísima y estupenda… Pues va a ser que la dichosa alcaldesa de Valencia tiene razón entonces.

 

Pero todos esos… ejem… “regalos” tienen de especial una cosa. Las personas que me los hicieron, por quienes tengo especial devoción, no pensaron en su propio beneficio, sino en mí. Y el regalo en sí es lo que menos importa a alguien que no es materialista como yo. Es el gesto lo que me llena de emoción. Juzguen entonces si recibir regalos como éstos es corrupción, y si así fuera, que me lleven presa ahora mismo. ¿O es que acaso la alcaldesa de Valencia se referían a bolsas de basura llenas de dinero a cambio de licencias y recalificaciones urbanísticas o de puestitos y enchufes? Pues entonces están apañaos. Me parece que una palabra tan hermosa como “regalo” se ha pervertido hasta el extremo por absorber definiciones tan negativas y habrá que revisar esos diccionarios.

 

Pues nada, gracias a todos por hacerme la corrupta más feliz del mundo. Gracias a Dios también por hacer que el día de hoy sea para mí un verdadero regalo.

NECESITO UN HOMBRE

NECESITO UN HOMBRE

A un compañero, Andrés, cuya fortaleza ahora admiro. Este texto es anterior a aquella convención de cargos públicos, en la que “si no lo veo, no lo creo”.

 

Andrés es un hombre. Andrés es “el hombre”, el “Hombre” con mayúsculas, el esperado, el deseado, el hombre soñado. Como su nombre indica Andrés es hombre, viril, valiente, ante todo masculino, con esa determinación que se espera del hombre valeroso, autosuficiente, guerrero, estratega…

 

Pero Andrés, bajo ese caparazón de impoluta mirada ingenua, alberga la duda y el asco. Todos los días se pregunta si lo que hace merece la pena, si todo el esfuerzo de tantos años de estudios brillantes tiene sentido para llegar al callejón sin salida en que ahora se encuentra. Se pregunta si por el maldito puñado de euros que lleva a casa cada primero de mes vale la pena malgastar sus amplios conocimientos y su valía, sus exquisitos modales y su sensibilidad sin límites.

 

Andrés se plantea constantemente su encrucijada de un solo camino con retorno a la nada. Andrés refleja en su dulce mirada clara la repulsa por la perversidad y la traición en la que se ve envuelto cada segundo y le cuesta fingir el desagrado que le produce haber tenido un pasado tan brillante para llegar a convertirse en un simple sicario, en un esbirro más, en un conspirador de tres al cuarto al que, por falta de práctica y por no tener una inclinación de pensamiento lo suficientemente vil, se le escapan burdos gazapos constantemente.

 

Andrés no sabe cómo ocultar a su familia el lodazal en el que naufraga su vida diaria. Sabe que ni sus padres ni su novia le perdonarían caer tan bajo después del esfuerzo y el esmero con que se ha educado en unos principios de honestidad, de lealtad que él no está cumpliendo, al menos no con todo el mundo… no con todo el mundo. Sus amigos tampoco entenderían adónde han ido a parar sus dotes de persona ejemplar.

 

A Andrés le crispa los nervios saberse el cuervo que le saca los ojos al amo y no se siente satisfecho y su garganta atenazada no profiere más que monosílabos adoloridos que salen de sus pulmones agarrotados por la angustia de una vileza que lo arrastra sin que pueda luchar  contracorriente. Andrés observa cómo día a día se va perdiendo su contacto con la vida normalmente ingenua que antes solía serle familiar y que ahora le resulta una desconocida.

 

Andrés cada noche se plantea cuánto tiempo más podrá aguantar este engaño y cada mañana, mientras anuda con pulcritud su corbata, simplemente, no se arma de valor, no hace honor al nombre que le pesa como una losa; ojalá pudiera llamarse cobarde y esconder la cola como un perro y echarse atrás y decir que no.

 

Andrés se culpa por no saber negarse, por ser bueno, por no ser valiente, por ser demasiado cómodo y por no buscar otra alternativa más llevadera y que le ocasione menos traumas. Andrés siente que su debilidad es infinitamente mayor cuanto más grande es la malevolencia que lo rodea, y siente, así lo dice la timidez de su mirada cabizbaja, que su sensibilidad se diluye y se evapora a pasos de gigante, dejando tras de sí un rictus de contrariedad y resignación.

 

Andrés “es justamente el hombre que necesito”.